Ayer 18 de julio, la gran comunidad colombiana de Japón celebró los 200 Años de Independencia del país neogranadino. Y lo hizo en grande, con una tremenda fiesta popular en el Parque Hibiya de Tokio, que atrajo miles de personas, lideradas por los cálidos y alegres anfitriones colombianos, y entre quienes se encontraban entusiastas representantes de toda América Latina, Japón y el mundo entero.
Ese día fui colombiano.
La experiencia fue total. Al entrar a la zona del evento, fui inmediatamente seducido por los ricos olores de nuestra gastronomía latinoamericana. Aposté por un suculento set de pollo asado con plátano colombiano tostado (llamado “tostón” en Venezuela), que ofrecía el kiosko Danilo’s , de mi amigo peruano Danilo Arakaki.
Tan feliz degustación fue aumentada por el hecho de encontrarme (por casualidad) con unos buenos amigos y compatriotas venezolanos, con quienes conversé muy animadamente mientras devoraba aquel memorable pollo con tostones. Ellos por su parte, lucían también muy risueños con su arepa de carne y su plátano sancochado.
Más tarde, como aperitivo, probé unos exquisitos jugos naturales y unas empanadas colombianas , que me transportaron al paraíso terrenal, en plena rumba.
De la música, ni hablar. Aunque su disfrute es auditivo, es siempre el “plato fuerte” de la fiesta. Una contagiosa versión colombiana del “Waka Waka”, popularizado durante el Mundial por la barranquillera global Shakira, me obligó a comer de pie, bailando . Espero que ningún paparazzi haya capturado esa pérdida de la compostura.
Los jóvenes y excelsos bailadores de Salsa Caleña me hicieron sentir caleño, también. No he tenido el gusto de conocer la renombrada ciudad de Cali (¡ni Colombia tampoco!) Pero, entre su simpática gente, su vibrante música y los relatos de tantos viajeros satisfechos, estoy que me monto en un avión para visitarla (y a todo el país).
Las orquestas El Combo Creación (emblema tokiota de rumba y calidad) y Calambuco (“grandes ligas” importados de Colombia, ante quienes me quito el sombrero con una reverencia japonesa) llevaron a la gente a un estado de euforia dancística colectiva (incluida mi hija de 3 años), y lograron una hazaña histórica insuperable: hacer que mi tímida esposa japonesa bailara sola (sin que yo la obligara) delante de todo el mundo, como si nada… ¡Bravísimo!
Pero no fue sólo la bonita fiesta bicentenaria de Colombia lo que me hizo sentir neogranadino. Son demasiadas cosas que no caben en este escrito. Son Shakira, Juanes y Carlos Vives (entre otros tantos artistas colombianos exitosos); son sus productos de exportación, mundialmente alabados; es la solidez de sus instituciones democráticas; es la apuesta de su heroica gente por la paz y la justicia ante el terror de guerrilleros y narcos; es el Gabo (sobran los calificativos); es nuestra hermandad histórica, geográfica y cultural; son sus pueblos andinos, llaneros y guajiros, fundidos con nosotros los venezolanos; es el proverbial afán de trascendencia, y la admirable vitalidad del gran pueblo colombiano.
Por cierto, esta vez no logré ver a la Sra. embajadora, Patricia Cárdenas Santa María. El año pasado tuve el honor de estrechar su mano para felicitarla y agradecerle a ella y a toda la comunidad colombiana de Japón por aquella fiesta igualmente hermosa. Pero no importa. Lo realmente importante es que ella, el Sr. cónsul (muy activo durante toda la celebración), todo el personal de la embajada y todos los hermanos colombianos sepan que una vez más su alegría, su fraternidad y su sentido de unidad y trabajo hicieron sentir colombiano a este humilde venezolano de pura cepa , y seguramente a todos los hermanos latinoamericanos, japoneses y demás ciudadanos internacionales que disfrutaron esa fiesta bicentenaria para la historia.
Ángel Rafael La Rosa Milano
«El sol brilla siempre dentro de ti»