Ese día fui colombiano…

julio 19, 2010

 

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Ayer 18 de julio, la gran comunidad colombiana de Japón celebró los 200 Años de Independencia del país neogranadino. Y lo hizo en grande, con una tremenda fiesta popular en el Parque Hibiya de Tokio, que atrajo miles de personas, lideradas por los cálidos y alegres anfitriones colombianos, y entre quienes se encontraban entusiastas representantes de toda América Latina, Japón y el mundo entero.

Ese día fui colombiano.

La experiencia fue total. Al entrar a la zona del evento, fui inmediatamente seducido por los ricos olores de nuestra gastronomía latinoamericana. Aposté por un suculento set de pollo asado con plátano colombiano tostado (llamado “tostón” en Venezuela), que ofrecía el kiosko Danilo’s , de mi amigo peruano Danilo Arakaki.

Tan feliz degustación fue aumentada por el hecho de encontrarme (por casualidad) con unos buenos amigos y compatriotas venezolanos, con quienes conversé muy animadamente mientras devoraba aquel memorable pollo con tostones. Ellos por su parte, lucían también muy risueños con su arepa de carne y su plátano sancochado.

 Más tarde, como aperitivo, probé unos exquisitos jugos naturales y unas empanadas colombianas , que me transportaron al paraíso terrenal, en plena rumba.

De la música, ni hablar. Aunque su disfrute es auditivo, es siempre el “plato fuerte” de la fiesta. Una contagiosa versión colombiana del “Waka Waka”, popularizado durante el Mundial por la barranquillera global Shakira, me obligó a comer de pie, bailando . Espero que ningún paparazzi haya capturado esa pérdida de la compostura.

 Los jóvenes y excelsos bailadores de Salsa Caleña me hicieron sentir caleño, también. No he tenido el gusto de conocer la renombrada ciudad de Cali (¡ni Colombia tampoco!) Pero, entre su simpática gente, su vibrante música y los relatos de tantos viajeros satisfechos, estoy que me monto en un avión para visitarla (y a todo el país).

Las orquestas El Combo Creación (emblema tokiota de rumba y calidad) y Calambuco (“grandes ligas” importados de Colombia, ante quienes me quito el sombrero con una reverencia japonesa) llevaron a la gente a un estado de euforia dancística colectiva (incluida mi hija de 3 años), y lograron una hazaña histórica insuperable: hacer que mi tímida esposa japonesa bailara sola (sin que yo la obligara) delante de todo el mundo, como si nada… ¡Bravísimo!

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 Pero no fue sólo la bonita fiesta bicentenaria de Colombia lo que me hizo sentir neogranadino. Son demasiadas cosas que no caben en este escrito. Son Shakira, Juanes y Carlos Vives (entre otros tantos artistas colombianos exitosos); son sus productos de exportación, mundialmente alabados; es la solidez de sus instituciones democráticas; es la apuesta de su heroica gente por la paz y la justicia ante el terror de guerrilleros y narcos; es el Gabo (sobran los calificativos); es nuestra hermandad histórica, geográfica y cultural; son sus pueblos andinos, llaneros y guajiros, fundidos con nosotros los venezolanos; es el proverbial afán de trascendencia, y la admirable vitalidad del gran pueblo colombiano.

 Por cierto, esta vez no logré ver a la Sra. embajadora, Patricia Cárdenas Santa María. El año pasado tuve el honor de estrechar su mano para felicitarla y agradecerle a ella y a toda la comunidad colombiana de Japón por aquella fiesta igualmente hermosa. Pero no importa. Lo realmente importante es que ella, el Sr. cónsul (muy activo durante toda la celebración), todo el personal de la embajada y todos los hermanos colombianos sepan que una vez más su alegría, su fraternidad y su sentido de unidad y trabajo hicieron sentir colombiano a este humilde venezolano de pura cepa , y seguramente a todos los hermanos latinoamericanos, japoneses y demás ciudadanos internacionales que disfrutaron esa fiesta bicentenaria para la historia.

Ángel Rafael La Rosa Milano

«El sol brilla siempre dentro de ti»


¿Y si mi hija me sale “gay”?

julio 9, 2010

 

No todos, pero sí muchos padres en el mundo nos hemos preguntado esto, durante la infancia temprana de nuestros hijos, sean hembras o varones. Pero, ¿por qúe es tan relevante esta pregunta?

La sexualidad es un aspecto primordial del ser humano. Podría decirse que la vida misma gira en torno a nuestra condición sexual. Algunos sostienen, incluso, que la procreación no es sólo la función biológica primaria de la especie humana, sino el fin último de nuestra terrena existencia.

Por otra parte, a pesar de las importantes conquistas globales en materia de derechos humanos, específicamente en lo relativo al respeto por las minorías sexuales, sigue existiendo un rechazo social generalizado en contra de aquellas personas con una sexualidad diferente. Éstas continúan siendo objeto de una fuerte discriminación, que las expone a atropellos, humillaciones, agresiones y todo tipo de agravios. Es tal el escarnio público que pudieran sufrir si son descubiertas, que muchas se ven obligadas a aparentar durante toda su vida, teniendo incluso que denigrar públicamente de su propia secreta condición, para proteger su integridad personal.

Así que, en el caso de mi hija, esta inquietud mía por su futura sexualidad se fundamenta principalmente en mi vehemente deseo paternal de evitarle cualquier sufrimiento; de que ella sea feliz. No albergo ningún prejuicio moral, religioso, ideológico o de cualquier otra índole hacia la homosexualidad u otra condición. Pero sí me preocupa el hecho de que, en general, el mundo sea un lugar tan hostil para la gente sexualmente distinta.

 Pero, ¿vale la pena pensar en eso ahora? Me preguntarán algunos lectores, justificadamente. Bien, en mi condición de padre, eso simplemente está dentro de otros tantos aspectos importantes relacionados con la vida presente y futura de mi pequeña, como salud, educación, personalidad, intereses, recreación, etc..

La historia de una gran amiga

 A lo largo de mi vida, he visto tanto en propios como en extraños las consecuencias negativas – en ocasiones nefastas – de la intolerancia familiar y social hacia los homosexuales y otros grupos minoritarios.  Aunque también conocemos muchos casos de personas que afortunadamente logran sobreponerse a dicha persecución (bien sean “ocultos” o “declarados”), llegando a desarrollar, entre otras tantas virtudes, una gran sensibilidad. Tal vez por aquello de que “lo que no nos mata nos hace más fuertes”.

 Al final de mis 20, en Venezuela, conocí a una joven que tras varios meses de gran amistad y confianza me confesó, no sin muchísma dificultad y vergüenza, que era lesbiana. Lo traigo a colación porque, a pesar de que en esa época yo ya procuraba comprender y respetar la orientación sexual de los demás, esa experiencia causó un fuerte impacto en mi vida. Con esa amiga pude ver muy de cerca cuan dura puede ser la existencia para muchas personas como ella.

Mi amiga, a quien hoy en día quiero y admiro profundamente, tras hacerme aquella imposible confesión me contó que en su adolescencia, luego de muchos años de confusión y depresión buscó alivio en las drogas, y que incluso consideró quitarse la vida. Más adelante, en su proceso de autoaceptación, decidió frecuentar algunos establecimientos ”gays”, para así comenzar a  buscar los medios de expresar su sexualidad, en un marco de protección y seguridad. Fue un paso necesario y sumamente importante. Pero, ella encontró que debido a la fuerte discriminación existente en esa época, la mayoría de esos lugares funcionaba en condición de clandestinidad, conformando una especie de submundo (de hecho muchos eran instalaciones subterráneas, sótanos), que al funcionar al margen de la ley atraían todo tipo de irregularidades, como vicios, delincuencia, prostitución, etc.. Eran, con algunas excepciones, antros de perdición, muy a pesar del gran número de clientes decentes, como mi amiga, quienes simplemente buscaban un lugar donde poder conocer gente igual a ellos, para poder expresar su condición tan duramente marginada y reprimida por la sociedad.

 Al cabo de un tiempo, después de pasar por experiencias diversas, buenas y malas (algunas peligrosas para su bienestar físico y mental), mi amiga me dijo: “Yo no merezco esta vida de rata escondida en cañerías. Soy un ser humano con derecho a vivir dignamente. Yo también soy una criatura de Dios”.

Para resumir su historia, diré que con el tiempo y también con fe, paciencia y sabiduría, mi amiga felizmente logró encontrar su camino, rodeándose de personas como ella, con su misma sensibilidad, en un ambiente de mayor armonía, lo que le permitió vivir su sexualidad de manera sana y digna, y la ayudó a convertirse en la persona realizada y feliz que es hoy.

 Mi respuesta a mi pregunta

 En este punto, siento que al hacerme esa pregunta tan puntual sobre el futuro de mi hija, estoy mezclando dos aspectos de mi persona: mi instinto de protección de padre, y mi preocupación por el trato injusto que, hacia los homosexuales y otras minorías , todavía existe en pleno siglo XXI. Situación esta que afecta seriamente a personas de todas las edades, incluyendo a muchos niños en el mundo entero, quienes al ser rechazados – y hasta castigados – por su condición sexual particular, pueden llevar una vida de problemas y sufrimientos.

 En ese sentido, mi respuesta a mi propia pregunta es que como padre me inclino a desear que mi adorada hija de 3 años sea heterosexual, y que viva de acuerdo al género femenino con el que vino al mundo, por creer que así su existencia tal vez sea más llevadera. Aunque entiendo cabalmente que “todo es relativo”, y que eso por sí solo no garantiza su felicidad.

 Pero, si no es así, entonces comenzaré por pedir a Dios sabiduría para proporcionarle a mi niña un entorno familiar apropiado, de amor, respeto y comunicación. Esto con el fin de que se desarrolle mental y espiritualmente en armonía con su condición, cualquiera que esta sea. Más adelante, con esas herramientas, mi hija (que al final son todos los niños del mundo que puedan encontrarse realmente en esa situación), sabrá valerse por sí misma,  y dará al mundo su cara digna, orgullosa y feliz.

 

Ángel Rafael La Rosa Milano 

«El sol brilla siempre dentro de ti»