¿Por qué soy feliz en Navidad?

diciembre 21, 2010

Arbolito de mi casa

(Nota: este texto de mi autoría es el mismo publicado aquí el 21 de diciembre de 2010)

En momentos cuando mi amada Venezuela y otros países hermanos sufren por las fuertes lluvias, y por nuestra propia incapacidad de convivir pacíficamente, le pido a Dios que nos proteja a todos por igual, que me perdone por mi parte de responsabilidad en nuestras tragedias naturales y hunmanas, y que me permita ser ente de bien para mi gente y el mundo entero. Pero, a pesar de los pesares, en estas Navidades deseo fervorosamente que todo lo que aspiran noblemente en su mente y su corazón se traduzca en hermosas realidades de plenitud espiritual y material, junto a sus familiares y seres queridos. ¡FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO! (Diciembre, 2010)

Definitivamente, en Navidad siempre siento una particular felicidad, y veo a mi alrededor mucha gente que luce igualmente feliz. A veces me pregunto cuál podrá ser la causa primera de ese sentimiento.

En mi caso específico, ese estado de elevación no guarda relación directa con creencias religiosas puesto que no practico ninguna religión (aunque creo en “algo superior”). Pero supongo que debería agradecer, en parte, al catolicismo venezolano, porque desde que tengo uso de razón disfruto intensamente las tradiciones navideñas, signadas por reuniones decembrinas y de Año Nuevo con la familia y los amigos, plenas de calor humano, así como de inspiradora música y deliciosa comida para la ocasión tan especial. Es decir, más que por su origen místico (el cual respeto sinceramente), la Navidad me cautiva por la eterna vitalidad de su tradición; por ser un hecho cultural de gran belleza estética, que entraña un bonito mensaje espiritual, humanitario.

 Mi euforia pascuera tampoco tiene que ver con mi origen clase media. Tanto en Venezuela como en otros países donde he podido apreciar las celebraciones decembrinas, he constatado que la fuerza inspiradora de la Pascua llega por igual a personas de todos los estratos sociales, y que sin importar cuan comercializadas estén dichas festividades hoy en día, las gentes alrededor del mundo procuran disfrutar plenamente tan reconfortante experiencia, cada quien de acuerdo a sus posibilidades.

 ¿Mi exultación decembrina tendrá su explicación en el solsticio de invierno (21 ó 22 de diciembre) con su efecto de renacimiento en la naturaleza, y por ende en los seres humanos? De hecho, la iglesia católica decidió ubicar el Nacimiento de Cristo en una fecha cercana, 25 de diciembre, para hacerla coincidir con ese importante evento astronómico (celebrado por la humanidad desde el inicio de los tiempos), y otorgarle así un significado de fe y esperanza.

¿O tal vez mi ánimo festivo de estos días sea simplemente el resultado de una convención humana, de un acuerdo colectivo global para celebrar en diciembre, del mismo modo que nos ponemos de acuerdo (a escalas más reducidas) para expresar nuestro gozo en un cumpleaños o unos carnavales, por ejemplo? Me resisto a creerlo.

Al final, aunque seguiré indagando sobre el por qué de ese sentimiento positivo universal, creo que lo más importante es dejarnos llevar por la actitud fraterna y optimista generalizada que se apodera de nosotros en Navidad y Año Nuevo, aprovechando ese benévolo influjo para reafirmar año tras año nuestro compromiso de hacer bien al prójimo y a nosotros mismos.

 Tenemos que dejarnos llevar por esa alegría omnipresente, en el sentido de participar activamente de la tradición. Por ejemplo, siendo yo mismo un entusiasta activista de las tradiciones pascueras (activismo formado al calor y el amor de las reuniones familiares), me preocupo por transmitirle a mi pequeña hija el disfrute tanto material como espiritual de las fiestas. Y los resultados son más que evidentes, y en extremo gratificantes. En efecto, actualmente entre tantas razones que nos brinda la Navidad para estar alegres, los momentos junto a mi esposa y nuestra hija son los más placenteros. El corazón se nos sale de dicha al verla gritar maravillada ¡wao! con los arbolitos y adornos luminosos que surgen a su paso, poniendo en sus agrandados ojitos las luces y la magia de la Navidad. Ni hablar de cuando se pone a cantar espontáneamente y a todo pulmón bonitas melodías decembrinas, en la casa o en plena calle…

 Esta gran felicidad que me embarga en Navidad, es un sentimiento muy real, un sentimiento que me trae concretos e inmensos beneficios como individuo y como parte de la humanidad. Es un estado de regocijo que me hace ver la vida, el mundo y sus habitantes con ilusión renovada; que me hace creer que sí puedo ser cada vez mejor hijo, hermano, esposo, padre, amigo, vecino, ciudadano, mejor persona; es la íntima convicción de que tras esas hermosas tradiciones que me legaron mis amados padres, y que ahora yo entrego a mi adorada hija, sí hay un «mensaje superior” que nos recuerda cada diciembre que podemos superar los problemas personales y globales que nos agobian, para lograr ser felices. Pero para ello debemos pedir a la energía creadora que nos ilumine y nos de fortaleza de espíritu, para transformarnos en hombres de bien, capaces de vivir con nuestros hermanos, sin odio ni maldad, y para soñar y luchar incansables por el tan anhelado mundo de amor y de paz.

 ¡FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO!

Ángel Rafael La Rosa Milano

“El sol brilla siempre dentro de ti”