CANCIÓN: Revelación (Original de Ángel La Rosa)

febrero 22, 2022

Esta canción la compuse hace unos 30 años, pero la última estrofa se la agregué en 2019.

En esa época de mi temprana adultez ya yo componía canciones pensando en el Cuatro como el instrumento líder.

Desde niño y siempre me ha gustado el género Guaracha por lo cadencioso y pegajoso.

«Con mi cuatro canto a las cosas bellas, y CANTO AL CESE DE LA USURPACIÓN».


ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: ¿Campamento peligroso?

febrero 12, 2022

Yo tendría entre 6 y 8 años de edad. Recuerdo la escena vagamente: Mi mamá estaba llorando porque ese día mi papá me llevaría con él a un campamento militar – en las afueras de Caracas – y, ella, por más que trató, no pudo disuadirlo.

Lo siguiente que me viene a la mente es estar con mi papá y otros uniformados en el claro de un bosque; había una tienda de campaña y un Jeep. No logro recordar como llegamos a ese lugar, pero muy posiblemente fue en aquel vehículo rústico.

Hay otra imagen con una culebra: uno de los militares la atrapó, y si la memoria no me falla, ¡decidieron incluirla en el menú del almuerzo! Pasada por candela, por supuesto.

No tengo idea ni del objetivo ni de la magnitud de aquella actividad. No sé si se limitaba al número reducido de efectivos que había en aquella carpa, o sí éstos eran parte de un grupo mayor. Tampoco guardo en mi memoria sonido de disparos (creo que los recordaría), a diferencia de unas maniobras a las que también asistí con mi papá (ya más grande, mientras estudiaba en el Liceo Militar), y donde la mayoría de los ejercicios incluían armas de alto poder de fuego, como ametralladoras, por ejemplo. Incluso, presencié maniobras con el explosivo C-4.

No alcanzo a recordar mis emociones infantiles sobre aquella experiencia. Pero, apartando la mezcla de sorpresa con repulsión que sentí al ver a los soldados comiendo culebra asada, no tengo ningún mal recuerdo; es probable que me haya divertido. Por cierto, creo que en la casa familiar allá en Venezuela, hay una foto de aquel día.

Sin embargo, ahora como adulto y padre, concuerdo con mi mamá, desapruebo que mi papá me haya llevado con él a ese campamento militar. No porque piense que haya sido muy peligroso necesariamente (claro que en un bosque montañoso siempre hay sus peligros, como las culebras, por ejemplo), sino porque sencillamente no era una actividad para civiles, y mucho menos para niños de mi edad. Seguramente, eso era lo que preocupaba a mi mamá, y con razón.

¿Hubieran podido otros de los militares presentes llevar a sus hijos libremente? ¿Mi papá informó a sus superiores y les pidió autorización para llevarme? O, tal vez ese día él era el oficial más antiguo y simplemente consideró que no había problema. Cualquiera pensaría que siendo una zona militar el acceso sería más restringido. Pero también es cierto que carezco de información para saber de que se trataba. También es posible que, al igual que ocurre con algunos cuarteles y demás unidades militares que pueden visitarse (varias veces fui con mi mamá a ver a mi papá y a llevarle comida cuando estaba de guardia), tal vez aquel campamento podía ser visitado por familiares y civiles en general. No sé.

De todas formas, como digo al final de todas las anécdotas paternas, sé que lo que prevaleció en aquella extraña idea de mi papá fue que compartiéramos los dos, y en este caso en particular, que yo viviera una experiencia de su trabajo como soldado, que él suponía sería emocionante para mí.
Siempre gracias papá.
¡Feliz «Cumpleaños»! en los mundos infinitos…


ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: Mi cómico favorito

febrero 6, 2022

Yo nunca he sido un buen contador de chistes, por eso admiro a quienes tienen esa gracia.

Es posible que sea una condición familiar. Ni mis padres ni ninguno de nosotros, los tres hijos – dos varones y una hembra – nos distinguimos por esa forma de comicidad en particular. En cambio, tanto por la rama paterna como por la materna tengo parientes sumamente chistosos (algunos ya fallecidos), con el don de hacer reír a los demás.

Sin embargo, cuando yo era niño, mi papá de vez en cuando me echaba chistes (algo que no recuerdo haberlo visto haciendo con otras personas, adultas sobre todo), muy inocentes, huelga decirlo. Seguramente, con nosotros sus hijos se atrevía a mostrarse cómico; no le importaba hacer el ridículo. Algo como lo que hacía yo con mi hija cuando era chiquita, y hago actualmente con todos los niños pequeños.

Valga acotar que mi papá, sin ser contador de chistes, sí tenía un muy afilado sentido del humor (como buen oriental. No de Asia, sino de Venezuela), lo que le hacía tener salidas rápidas y divertidas. Por ejemplo, mi mamá me contó que un día al despertarse, se le acercó a mi papá – quién también se desperezaba a su lado – y tras preguntarle juguetonamente al oído, «¿Quién es el negrito más rico de este mundo?», él le respondió en fracciones de segundo, «Michael Jackson».

De aquellas sesiones cómicas paternas recuerdo algo en particular; algo que 50 años después todavía me divierte: mi papá se destornillaba de la risa con sus propios chistes, aunque me los repitiera, mínimo, 3 veces cada uno.

Lo chistes en sí mismos me hacían reír mucho, pero definitivamente lo que más me divertía eran las contagiosas carcajadas de mi papá.

Seguidamente, quisiera compartir con mis amables lectores tres de esos chistes paternos:

1)

Mi papá: «¿Tú sabes por qué al ‘Rey Pelé’ lo llaman así?»
Yo: «No. ¿Por qué?».
Mi papá (haciendo la demostración respectiva con mucho dramatismo escénico): «Porque siempre que iba a patear un penalti, fallaba la pelota y decía ¡ay, la pelé!».

2)
Un tipo se le acerca a otro en plena calle y le pregunta, «Disculpe, Señor, podría decirme cuál es la acera de enfrente», a lo que éste responde, incómodo, «¿Usted se está burlando de mí? Por supuesto que es aquella» (señalando al lado opuesto de la calle). Entonces, el tipo le dice, «le juro que no es burla. Es que estoy confundido, porque acabo de preguntarle lo mismo a aquella Señora que está del otro lado, y me dijo que la acera de enfrente es esta».

3)

A un conductor se le espichó un caucho, pero siguió rodando unos 100 metros, hasta detenerse frente a un manicomio. Cuando se disponía a cambiar la llanta se dio cuenta de que ¡le faltaban las cuatro tuercas! y se quedó pensativo, sin saber qué hacer. Un paciente del manicomio que lo observaba desde una ventana, le pregunta, «¿Amigo, cuál es el problema?». El conductor le responde, «Por seguir rodando después del pinchazo, se le salieron todas las tuercas al caucho, y ahora no puedo cambiarlo». Entonces, el paciente, haciendo alarde de una gran inventiva, le sugiere, «¿Por qué no le quita una tuerca a los otros tres cauchos, y se las pone a ese? Así todos tendrían tres, y podría rodar sin problemas.» El hombre, impresionado por aquella genial solución, después de agradecerle muy efusivamente le pregunta al interno, «Amigo, dígame algo, ¿Cómo es posible que alguien tan inteligente como Usted esté en el manicomio? Y éste le responde sonreído, «Precisamente, yo estoy aquí por loco, no por bruto».

Querido papá, el recuerdo de tu rostro sonriente y tus carcajadas, durante aquellos shows cómicos para mí, todavía me hace reír – y llorar – de felicidad.

Por todos esos divertidos e invaluables momentos juntos siempre serás mi cómico favorito.

¡Gracias, papá!


Hija, yo me porté mal: El mirón

febrero 4, 2022

Hay conductas que, aunque en el pasado podían ser consideradas simplemente indebidas, actualmente son vistas como muy ofensivas, al punto de ser catalogadas como delitos.

Cuando yo tenía unos 25 años de edad, en la casa contigua a la nuestra, vivió una mujer – por poco tiempo – aparentemente soltera, en sus 30, que me resultaba atractiva.

Desde un par de ventanas laterales de mi casa se podía ver tanto el amplio ventanal de su sala de estar, en el primer piso, como una ventana lateral de su habitación, en el segundo piso. Por eso, algunas noches, yo me asomaba a hurtadillas para ver si por casualidad la vecina tenía alguna cortina abierta, y así poder espiarla.

Lo máximo que alcancé a ver – un par de veces – fue a la mujer entrando a su habitación para, inmediatamente, cerrar las cortinas. O ella era una persona muy precavida, o ya había notado que alguien la observaba desde el otro lado.

Pero, eso no es lo que te quiero contar hoy; es un preámbulo simplemente.

De todas formas, hija querida, aunque espiar disimuladamente desde el interior de tu propia casa no sea una falta grave, es indecente, incorrecto. Lo que sí constituye un delito es observar invadiendo la propiedad de la persona observada, o incluso, simplemente desde el perímetro. Eso ya es más condenable, porque se considera asecho, acoso.

Lamento mucho decirte, mi preciosa, que en mi juventud intenté hacer esto último un par de veces. Seguidamente, te cuento una de esas desafortunadas ocurrencias mías.

El relato es sobre la misma mujer anterior… Me da mucha pena contigo, hija. Como digo antes, no logré ver nada desde las ventanas, así que tuve una idea temeraria, por indebida y riesgosa. Decidí treparme hasta lo alto de un pino que estaba en la calle, delante de su casa, justo enfrente de la ventana principal de su habitación.

Ese día, esperé a que se hiciera de noche; me vestí de pie a cabeza con ropas oscuras; salí de mi casa; caminé hacia el pino tranquilamente, asegurándome de que no hubiera nadie alrededor; comencé a trepar, siempre vigilante del entorno. Debo haber subido unos 5 metros. La vista del cuarto de la mujer era perfecta. Recuerdo que mientras esperaba que ella apareciera sentí una mezcla de preocupación – por lo peligrosa e incorrecta de mi acción – y de exaltación por lo emocionante de la misma.

Tras una hora encaramado en la copa de aquel árbol, vi a la mujer entrar y salir varias veces, pero no logré ver lo que yo esperaba, así que decidí bajarme.

Estuve tentado a hacerlo nuevamente, otro día, pero después de pensarlo mejor, decidí que no era buena idea. De hecho, creo que fui afortunado al no ver nada esa vez, porque eso influyó en mi decisión de no repetir aquella mala acción.

Debes saber que ese mal comportamiento es muy común en todo el mudo (no por eso es aceptable, insisto), sobre todo entre los hombres jóvenes (aunque hace muchos años yo descubrí que una de las encargadas de una tienda de ropa me estaba viendo a través de un orificio en la pared del vestidor). Seguramente tiene que ver con la inquietud hormonal de la juventud, pero eso tampoco es una excusa válida. Quién lo hace es un mirón y punto.

Actualmente, más correcto, más prudente, – como es de esperarse – yo siempre pienso en lo terriblemente desagradable y embarazoso que hubiera sido para mí y mi familia si me hubieran descubierto fisgoneando. Sin embargo, es oportuno decirte también, mi corazón, que aunque los castigos sociales – y familiares – existen precisamente para disuadir a los potenciales infractores de cometer faltas, y como escarmiento para quienes las cometan, uno debería tratar de portarse bien siempre, no por temor a ser castigado, sino porque es lo correcto y lo mejor para todos.