¿Se comunica usted realmente en japonés con su hijo?

agosto 31, 2012

La palabra “comunicarse” tiene varios usos, pero para los fines de este escrito tomaremos: “conversar sobre un tema en profundidad”; “expresar pensamientos y sentimientos”, y afines.

Mi esposa es japonesa y yo venezolano. Para el momento cuando nos establecimos en Japón, hace 6 años, ella estaba embarazada, y yo no hablaba absolutamente nada de japonés (los dos nos entendemos en inglés). Y confieso, no sin vergüenza, que en todo este tiempo, apenas si he adquirido un nivel básico. Pero, sobre esa limitación mía les hablaré en otra ocasión.

 Por nuestra condición de matrimonio intercultural multilingüe, desde el momento cuando mi señora quedó encinta, el idioma en el que nos comunicaríamos con nuestro bebé pasó a ser una de las máximas prioridades familiares.

Sabíamos que el bebé, al nacer y crecer en Japón, con mamá a su lado, aprendería su lengua materna naturalmente. Así que la comunicación madre-hijo estaba plenamente asegurada. Por mi parte, sabía que para garantizar que aprendiera mi idioma satisfactoriamente, tenía que hablarle en español desde el mismo instante de su nacimiento, o incluso antes…

 Algunos padres en situación similar se preguntarán, muy válidamente: ¿no sería preferible que el/la progenitor(a) hispano(a) adquiriera el japonés, primera lengua del hijo, considerando que estamos en Japón y que es sumamente beneficioso en muchos aspectos, como la adaptación cultral, el trabajo, etc.?

 El aprendizaje del idioma anfitrión debería ser una obligación para los inmigrantes. Es muy cierto. Y supone muchas ventajas para los padres hispanos – y de otros grupos lingüísticos. Pero, si la persona domina el idioma local poco o medianamente, el grado de comunicación con sus hijos en japonés será siempre mucho menor que en español (si éste se le enseña al bebé desde que nace). O sea, a menos que los padres hispanos sean bilingües, es decir, que tengan un excelente dominio del japonés, sólo podrán entenderse con su hijo a un nivel elemental, sin la posibilidad de verbalizar pensamientos y sentimientos complejos, lo que limitará notablemente la experiencia comunicativa con su pequeño.

En cambio, si logramos que el niño aprenda nuestro idioma materno a una edad temprana, estaremos en capacidad de expresarle lo que pensamos y lo que sentimos cabalmente; podremos explicarle con claridad el mundo que lo rodea; enseñarle la experiencia de vivir, desde nuestra particular perspectiva personal y cultural, lo cual es fundamental en su desarrollo armónico como persona.

 Existen ideas de cómo enseñar una segunda lengua a los hijos como parejas internacionales hay en Japón. Por ejemplo, algunos padres consideran que es mejor esperar a que el niño entre a la escuela para enseñarle un segundo idioma.

 Si bien debemos aceptar la validez de todos esos enfoques, ya que son concebidos por los progenitores en función del bienestar de sus pequeños, nuestra modesta sugerencia es que estemos siempre al día con lo que nos dicen los expertos en la materia. Por ejemplo, que mientras más temprana sea la estimulación lingüística, más temprano y sólido será el aprendizaje de la lengua.

 En nuestro caso particular, tenemos una hija de 5 años. En lo que respecta a la comunicación verbal propiamente dicha (hay otros niveles de comunicación humana), su condición bilingüe nos ha permitido a mi esposa y a mí disfrutar plena y «lingüísticamente» todas y cada una de las etapas de su primera infancia.

 No hace falta decir lo gratificante que es para mí poder hablar con ella de tantas y tantas cosas, hasta el cansancio, y ver a su mamá haciendo lo mismo; cada uno en su idioma.

 También me llena de muchísima ilusión paterna pensar que, así como hoy hablamos con ella, embelesados, de todo lo que ocupa su mundo infantil, en unos 6 o 7 años más la escucharemos y la aconsejaremos, por ejemplo, cuando nos confíe lo que siente su corazón de niña dulce y soñadora, por ese compañerito de la escuela…

Consejos prácticos para enseñar español al bebé desde su nacimiento:  

  1. Háblele a su bebé en español desde que nazca, todo el tiempo. Y no se preocupe en lo absoluto por el japonés. De eso se encargarán naturalmente su pareja, los abuelos japoneses y la sociedad nipona en general.
  2. Háblele al bebé de modo que él pueda verle la boca a Usted, preferiblemente. Está demostrado que ellos aprenden a hablar sobre todo imitando los movimientos vocales.
  3. Comparta sus pensamientos con el bebé, cuando esté cuidándolo (generalmente, aunque físicamente cerca de nuestro bebé, estamos «solos con nuestros pensamientos»). Así ambos se sentirán más acompañados, al tiempo que le estimula la audición a su retoño.
  4. Arrúllelo con las mismas canciones de cuna que la(o) arrullaban a Usted. Así le estará enseñando simultáneamente idioma y tradición.
  5. Póngale discos de canciones infantiles en español, a la hora del juego y el ejercicio. Algunas canciones movidas están en ritmos populares latinoamericanos, con lo que también le estará transmitiendo al bebé su cultura musical.
  6. Póngale videos de dibujos animados en español, cuando Usted considere que está en edad de prestarles atención. Aprendemos a hablar por repetición y asociación, y a falta de un contexto social hispano, los videos contienen situaciones comunicativas que se repiten, con diálogos, palabras y frases que el niño irá identificando poco a poco, e incorporando a su vocabulario.
  7. Procure participar en reuniones de convivencia con hispanohablantes, donde el niño pueda escuchar el español en otros adultos y niños, Y donde se empapará, además de nuestra cultura latina e hispana.

SOL, servicio y Orientación al Latino

«El sol brilla siempre dentro de ti»


Hija, yo me porté mal: Chistoso e irrespetuoso

agosto 10, 2012

Estando en el primer año del Liceo militar, con 12 años de edad, un día fui regañado duramente por un oficial (un jefe militar como tu difunto abuelo, el que sale en la foto uniformado, muy serio y elegante), por querer hacerme el gracioso delante de mis compañeros.

El oficial nos tenía a todos juntos (éramos más de 50), parados muy derechitos y en silencio (como en esas fotos mías del Liceo), mientras nos decía algo importante. En esos momentos uno no debe moverse ni hablar. Está totalmente prohibido. ¡Uno debe quedarse como una estatua! por muchos minutos, hasta que el jefe nos deje descansar. Quien se mueva o hable recibe un castigo.

No puedo recordar qué dijo aquel jefe que me causó mucha gracia y, aprovechando que en ese momento él estaba lejos de mí, cometí el grandísimo error de decir algo chistoso sobre su comentario, en voz baja, para que oyeran sólamente los amigos que estaban más cerca de mí. Pero para mi sorpresa, apenas terminé de hablar uno de mis compañeros le dijo al oficial lo que yo había hecho.

Sí recuerdo que en ese momento, al ser acusado con el oficial, sentí tanta vergüenza por mi falta, y tanto temor por el posible castigo, que lloré un poco.

El superior, como es lógico, me regañó muy fuertemente delante de todos por mi mal comportamiento, y yo me sentí muy mal por lo que hice, y por recibir aquel fuerte regaño frente a los demás. Y estuve así, sintiéndome mal, por varios días.

Para que entiendas bien por qué aquella “tontería” mía fue algo malo, y por qué aquel oficial me regañó tan fuertemente, tienes que saber que en los liceos militares la disciplina y la buena conducta son muy importantes. O sea, hay que portarse muy bien todo el tiempo. Esto es porque en los dos últimos años del bachillerato (son 5 en total) los estudiantes (que ya tienen entre 16 y 18 años de edad) se convierten en militares de verdad, en soldados del país, haciendo cosas muy serias y algo peligrosas, como aprender a combatir en la guerra, disparando armas  reales y haciendo ejercicios muy difíciles, por ejemplo. También tienen que cuidar las afueras del liceo por las noches, cuando los demás duermen, y muchas otras cosas parecidas.

Entonces, para poder cursar esos dos últimos años; para ser soldados verdaderos, los niños tienen que demostrar, en los 3 años básicos, que pueden adaptarse a la disciplina militar, portándose correctamente; cumpliendo las órdenes de los oficiales y alumnos superiores.

Los liceos castrenses son muy estrictos.  Desde el primer año, si un estudiante comete una falta, aunque sea pequeña (tener el uniforme sucio, o llegar tarde al comedor y al salón de clases, por ejemplo), puede quedarse arrestado el fin de semana. Es decir, no puede ir a su casa a ver a su familia. Y por una falta grave (lastimar seriamente a otro estudiante, o robarse algo, por ejemplo), puede quedarse sin salir unas vacaciones completas.

Ya ves que en el liceo militar yo tenía muchas razones para portarme bien. Pero debes saber, mi dulzura, que uno debe tratar de portarse bien siempre, en todas partes. Y no sólo para evitar ser castigados, sino porque es lo mejor para nosotros mismos y para los demás.

Mis padres me enseñaron desde muy niño a respetar a todas las personas, y a ser obediente con los adultos. Por eso, yo mismo no puedo entender por qué aquel día de pronto quise burlarme de mi superior, sabiendo además que estaba en un liceo militar, y que si me descubría, podía ponerme un duro castigo por indisciplinado e irrespetuoso. Además, yo entré  a estudiar allí porque me gustaba el orden militar, y todos los días trataba de portarme lo mejor posible.

Mi linda, no pienses que te cuento estas faltas mías esperando que tú seas perfecta. ¡No! Ninguna persona lo es. Además, precisamente porque no somos perfectos, nos equivocamos mucho y nos portamos mal. Pero así aprendemos mucho también.

Con este cuento de cuando fui desobediente y grosero con aquel jefe mío, sólo quiero explicarte que es mejor respetar siempre a los demás, sean grandes o pequeños. Uno, porque nosotros no quisiéramos que nadie se burlara de nosotros, y dos, porque haciendo bien las cosas (hasta las más pequeñas) traemos muchas otras cosas buenas a nuestra vida.

Dios te bendiga, mi tesoro.

 Papi.