Hija, yo me porté mal: El francotirador

abril 23, 2020

Cuando yo tenía unos 6 o 7 años, a los niños más grandes de mi edificio les dio por jugar a «policías y ladrones» o a la guerra usando cerbatanas.

Cerbatana, según el diccionario, «es un tubo estrecho que se utiliza para lanzar dardos u otros proyectiles, los cuales se introducen en su interior y salen expulsados al soplar enérgicamente por uno de sus extremos».

¡Claro que mis amigos no usaban dardos ni nada parecido! sino caraotas negras o piedras muy pequeñitas.

No logro recordar momentos de esas «batallas campales» que, seguramente, se produjeron alrededor de mi edifició, pero sí recuerdo que una de esas «armas» llegó a mis manos (no sé como), y que yo estaba muy emocionado por eso.

Lo que se me ocurrió hacer con aquella cerbatana todavía me sorprende…

Yo iba a la escuela en un autobús escolar. En mis recuerdos, puedo verme asomado por la ventana del bus, armado de mi cerbatana y cargándola con caraotas que disparaba a los transeúntes cercanos, cuando el transporte disminuía la marcha, cual un francotirador.

¿Fue una ocurrencia mía o alguien me incitó? ¿Cómo terminó aquella travesura? ¿Fui descubierto o no por el conductor? ¿Mis maestros y mis padres se enteraron?¿Me reprendieron o salí bien parado? No me acuerdo. Aunque, si hubiera habido consecuencias que lamentar, lo recordaría. ¿No es así? Pero, sí guardo en la memoria – no sin remordimiento – una sensación de goce y triunfo cada vez que impactaba a una víctima y veía su reacción de sorpresa y disgusto.

Aunque me es imposible saber hoy qué diablos estaba pasando entonces por la cabecita de aquel muchachito tremendo, para llegar a hacer algo semejante, imagino que, en parte, fue porque yo sabía que apartando el susto y la molestia lógica que sufrirían mis «objetivos», no les causaría daño… o casi.

De cualquier manera, hija mía, eso no es razón para haber cometido aquella diablura.

De hecho, el impacto de una semilla de caraota en la cara, a unos 7 metros de distancia, puede ser doloroso. Ni hablar del peligro de impactar a alguien en un ojo. Casi 50 años después, me angustia pensarlo.

Adicionalmente, alguien podría haberse molestado mucho, al punto de denunciar con la policía al conductor del bus, al colegio y a mis padres.

Mi linda, es cierto que la mayoría de los niños, en su inocencia y falta de experiencia, generalmente no ven lo negativo y peligroso de algunas de sus acciones. Aunado a eso, «aprendemos de nuestros errores», como suele decirse. Pero, es precisamente por eso que veo útil y beneficioso que nosotros los padres compartamos con nuestros hijos anécdotas de nuestras diabluras y malos comportamientos. Así podemos ahorrarles a Ustedes un poquito de trabajo y tiempo, en su largo camino de crecimiento personal. Claro, siempre teniendo en mente lo que dice aquella otra frase nuestra: «nadie aprende de experiencias ajenas».

Así que, mucha suerte, hija mía.