ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: Permisivo con las fiestas

junio 14, 2021

Una de tantas cosas que mis hermanos y yo tenemos que agradecerle a nuestros padres es que, durante toda nuestra juventud, nos permitieran hacer fiestas en la casa.

En el caso específico de mi papá – como explico en otras anécdotas suyas – es muy relevante, porque él era bastante más reservado y conservador que nosotros sus 3 hijos (y que mi mamá también). De hecho, a lo largo de mi festiva juventud, muchos amigos míos, asiduos asistentes a esas parrandas, se mostraban muy sorprendidos al enterarse de que mi progenitor y dueño de casa – «de festejos»- era un oficial de las fuerzas armadas.

En mis años juveniles, ya me llamaba la atención esa característica de mi papá; esa actitud tan solidaria y condescendiente con sus muy prolíficos organizadores de fiestas. Pero, fue con los años – y los bonches – que entendí las razones de aquella complicidad paterna. Lógicamente, privaba su deseo de vernos felices, pero también la certeza de que sus hijos, aunque bastante fiesteros, éramos suficientemente responsables y comedidos para mantener aquellas grandes rumbas bajo control, sin excesos ni violencia. Y más importante aun, la inmensa tranquilidad de saber que sus inquietos muchachos estaban festejando con sus amigos en la seguridad de su propia casa, justo debajo del dormitorio de los padres.

Por cierto, mis amigos disfrutaban tanto esas ocasiones que recuerdo una época cuando casi automáticamente después de saludarme me preguntaban: «¿Cuándo es la próxima rumba?».

Aprovecho para aclarar algo – y creo hablar por mi hermana y mi hermano también. Personalmente, mi tendencia a hacer fiestas en la casa no era por ganar popularidad, sino porque, uno, desde niño siempre he tenido el deseo genuino de hacer felices a mis amigos, dos, las fiestas eran la mejor forma de conocer muchachas.

Papá, perdóname por todas las horas que pasaste en vela producto de mis muchas fiestas caseras (¡más las que no dormiste cuando salí a rumbear a la calle!). Espero que haya realmente un «eterno descanso», para que así puedas recuperarte, aunque sea medianamente…

Siempre gracias por esa paternal comprensión.


OLÍMPICAMENTE HABLANDO (4)

junio 6, 2021

¿Fiesta o velorio?

Hasta hace pocos meses, yo todavía estaba expectante por la realización de los Juegos Olímpicos «2020» en Tokio. Como amante de los deportes, me haría inmensamente feliz presenciar la mayor fiesta deportiva mundial, ¡sobre todo si se realiza en la ciudad donde vivo!

Aún está fresca la sensación de euforia que me invadió aquel memorable 7 de septiembre de 2013, cuando la capital nipona fue designada sede olímpica. Seguramente, al igual que yo, muchos de mis hermanos latinos en Japón se unieron jubilosos a los millones de japoneses que celebraron exultantes tan feliz anuncio.

Pero, el COVID-19 cambió todo, radicalmente y para siempre.

Por cierto, «Olímpicamente hablando» fue en sus inicios un proyecto editorial optimista, prometedor, que buscaba compartir con los lectores de Latin-a y de mis blogs «El guachimán» y «SOL», información actualizada sobre la preparación y puesta en escena del espectáculo deportivo más fastuoso del planeta.

La propuesta incluiría – además de lo netamente deportivo – tópicos varios relacionados a la competición: La cotidianidad japonesa de cara a la justa olímpica, experiencias personales de atletas participantes, elementos tecnológicos, concepción ecológica, y un largo etcétera.


Apenas 3 meses atrás – el 16 de marzo – en mi tercer número de la serie, todavía me mostraba partidario de la realización de los Juegos este año. Allí explicaba que «debido al endurecimiento de las medidas preventivas y a una mayor concientización ciudadana, en muchos países – incluido Japón – se aprecia una notable tendencia descendente en los contagios y decesos por el virus».

Mi optimismo de entonces se fundamentaba en una notable disminución de las cifras, tanto en nuevos casos como en fallecimientos. El 6 de abril, por ejemplo, en Japón hubo 2.615 nuevas infecciones, que comparadas con las más de 7.700 del 9 de enero (cifra tope de 2021) eran cifras si se quiere alentadoras, que hacían suponer ¡otra vez! que la pandemia estaba llegando a su fin. Error.

Al igual que ocurrió con la temporada navideña y de Año Nuevo, luego de finalizada la «Golden Week» hubo un aumento repentino de infecciones y muertes, ¡otra vez!

Si observamos la gráfica de nuevos casos desde el 11 de agosto de 2020 hasta el 2 de junio de 2021, nos encontramos con una «montaña rusa extrema», que incluye «valles muy pequeños» – brevísimos momentos de descanso – así como «cuestas sumamente largas y empinadas» – momentos de vértigo.

Precisamente, esas «subidas y bajadas» abruptas, es lo que me llevó a cambiar nuevamente mi postura sobre la celebración de los Juegos de Tokio. La ineficiencia gubernamental (y una actitud demasiado relajada por parte de nosotros los ciudadanos) expresada en la imposibilidad de minimizar sustancialmente los nuevos contagios y decesos, de una vez y para siempre – especialmente durante periodos de acrecentada movilidad y aglomeración humanas – me hacen concluir que de realizarse los Juegos, el gobierno japonés estaría poniendo a sus ciudadanos en gran peligro.

Aun en el supuesto caso de que, según plantean las autoridades, las Olimpiadas se celebren únicamente con espectadores nacionales, siguiendo «protocolos estrictos», las grandes concentraciones de gente en las sedes deportivas de diferentes localidades tokiotas, así como los masivos desplazamientos a lo ancho y largo de la ciudad actuarían como gigantescos focos de propagación del virus, lo que aumentaría alarmantemente los contagios y los fallecimientos.

Perdónenme por ser aguafiestas y no fiestero. Pero de celebrarse los Juegos Olímpicos 2020 en Tokio, la capital nipona, en lugar de convertirse en una inmensa sala de fiestas, alegría, bienestar y vida, se convertirá más bien en una inmensa sala de hospital, tristeza, enfermedad y muerte.