Supervivencia y adaptación cultural

May 19, 2010

(Este escrito mío fue originalmente publicado en mayo de 2010)

Sin importar quiénes somos ni de dónde venimos, todos compartimos necesidades e instintos humanos básicos. El instinto de supervivencia es uno de ellos. He aquí algunas de sus definiciones:

  1. “Reflejo animal que tenemos todos los seres vivos para proteger nuestro ser”.
  2. “Reacción natural ante el peligro”.
  3. “fuerza interior que te hace luchar por ti”.
  4. “Nos lleva a adaptarnos a diversas realidades, con el fin de suplir las necesidades básicas”.

Una variante del instinto de supervivencia animal es el instinto de superación del ser humano que, como su nombre lo indica, nos lleva a superarnos; a ser más eficientes en procura de nuestro bienestar individual y colectivo. En condiciones normales, esa humana necesidad de superación personal establece que, de alguna forma, compitamos a diario con las personas que nos rodean. Pero, cuando se manifiesta con mucha intensidad nos lleva a competir duramente por recursos, territorio y poder.

En su forma más primitiva o básica, esa condición natural nos dicta que somos mejores que los demás; que nuestros pensamientos, sentimientos y acciones son preponderantes. De hecho, es lógico que todos y cada uno de nosotros seamos simultáneamente el centro del universo, ya que lo percibimos individualmente a través de nuestros sentidos y nuestra mente. Esa condición individual se expresa también en los colectivos humanos, desde un grupo de amigos hasta un país.

Tanto el instinto de supervivencia como la necesidad de superación, tal como es de suponerse, también juegan un papel determinante en nuestro proceso de adaptación cultural. Se cuentan entren los factores que nos permiten hacer los ajustes necesarios para aclimatarnos en otros países y sus culturas. Ahora bien, cuando ambas condiciones se manifiestan en forma extrema, haciendo que nos comportemos recurrentemente de manera egoísta y agresiva, por el contrario entorpecen nuestro proceso adaptativo.

Podría pensarse que es normal comportarse a la defensiva cuando vivimos en el extranjero. Y hasta cierto punto lo es. Durante mis estadías más largas en distintos países, he podido constatar que criticar a los locales, por ejemplo, es una práctica común  – e inofensiva – entre los foráneos. Yo mismo he participado de esa dinámica, y entiendo que se trata de una especie de catarsis, de mecanismo de compensación puesto en práctica por los inmigrantes, que nos permite lidiar con la adaptación, generalmente compleja y en no pocos casos problemática.

Cuando criticamos a la cultura receptora – una comparación en la que los críticos siempre salimos airosos – estamos expresando nuestros sentimientos e ideas, y adicionalmente obtenemos comprensión y aceptación por parte de nuestros “iguales”. Esto de algún modo nos ayuda a sobrellevar la carga que implica el adaptarnos. En ese sentido, más allá de que la crítica sea objetiva o no, expresarnos criticando a los locales constituye una reacción humana, y muy terapéutica por cierto. Pero “todo en exceso es malo”, como diríamos en nuestros países latinos.

Una actitud demasiado crítica u hostil hacia la cultura receptora puede explicarse de varias maneras. Pudiera implicar que tenemos un problema latente de inconformidad con la vida, que nos hace quejarnos por todo permanentemente, lo cual de seguro empeorará nuestro de por sí trabajoso proceso de integración cultural. También pudiera ser el reflejo de una fase de adaptación extremadamente dura, traumática. En ambos casos convendría consultar a los especialistas para comprender debidamente las causas de nuestra constante insatisfacción o de nuestra gran dificultad para adaptarnos culturalmente.

El énfasis de este escrito sobre el hábito de criticar exageradamente a nuestros anfitriones, es porque más allá de que es un problema en sí mismo, con sus causas determinadas, pudiera traernos más y mayores inconvenientes en nuestra adaptación cultural y en nuestra vida, en general. Una actitud marcadamente negativa hacia la cultura receptora significa que sólo estamos percibiendo su “lado malo”, y que en conjunto prácticamente los vemos como enemigos a vencer. Esto, limitará seriamente – e incluso impedirá – nuestras posibilidades de interactuar con ellos en forma fluida y constructiva, y en consecuencia hará nuestra convivencia intercultural cada vez más cuesta arriba.

Además, es muy lógico que los nacionales reaccionen con igual desconfianza y hostilidad si de entrada perciben en nosotros esa actitud negativa. No hace falta explicar lo altamente beneficioso que sería para ambas partes si, por el contrario, mostramos una disposición positiva: Tolerante, comunicativa y cordial, considerando, por cierto, que ellos son los dueños de casa y nosotros sus invitados…

 Ángel Rafael La Rosa Milano

«El sol brilla siempre dentro de ti»


Cuatro madres, cuatro historias ejemplares

May 10, 2010

(Escrito publicado originalmente en mayo de 2010)

Ayer se celebró el Día de la Madre en muchos países del mundo, incluido Japón. Para nosotros en SOL, dicha celebración fue motivo de alegría, y también de algunas reflexiones importantes. En ese sentido, quisimos usar las historias reales de 4 madres latinoamericanas radicadas en Japón (los nombres fueron cambiados para proteger su identidad) como un modesto pero sentido tributo a las madres del mundo entero, y muy especialmente a aquellas que luchan incansablemente en suelo nipón, armadas con amor y fe indestructibles, para darle a sus amados hijos una vida digna.

Las ejemplares historias aquí mostradas pueden ser las de muchas madres latinoamericanas en suelo japonés y en todo el planeta. Para ellas, toda nuestra comprensión, todo nuestro respeto, y toda nuestra admiración. Esperamos que estos breves relatos contribuyan de alguna manera a generar acciones que beneficien a esas madres amorosas y sacrificadas, bendición para sus hijos y para la humanidad entera.

I) LUISA

Luisa llegó hace pocos meses a Japón con su esposo ( del mismo país que ella),  su hija de 3 años y una “barriga” de 7 meses. Al mes de haber llegado, la niña fue aceptada en una guardería por un período de 4 meses: los últimos dos del prenatal, y los primeros dos del postnatal. Fueron afortunados, ya que este arreglo le permitió a la pareja disponer de más tiempo para concentrarse en la condición de la madre embarazada, y en los preparativos del parto.

 Sin embrago, esos dos últimos meses de espera – de por sí difíciles para un gran número de mujeres embarazadas – se complicaron significativamente por el hecho de que ninguno de los miembros de la familia habla japonés. Así que los padres – sobre todo Luisa, como es lógico – tuvieron que lidiar simultáneamente con el avanzado embarazo, y con la dura adaptación a Japón, incluyendo la aclimatación de la niña a la guardería, quien, como es de suponerse, lloraba mucho todos los días por la ausencia de los padres, y por la imposibilidad de comunicarse con los maestros y los demás niños.

Luisa dio a luz, sin problemas, gracias a Dios. Pero casi inmediatamente, el esposo se enfermó y está de reposo, esperando por una operación. Eso significa que en los próximos meses, Luisa además de velar por el bebé recien nacido y por sí misma, deberá también ayudar a su esposo enfermo y, muy probablemente, encargarse de la hija mayor, ya que no es seguro que les permitan dejarla en la guardería, al menos por un tiempo.

 II) MÓNICA

Mónica tiene una niña de 7 años. Llegó a tierras niponas con su esposo japonés hace aproximadamente 8 años; como al año de haber llegado tuvieron a su bebita, y unos 3 años más tarde se divorciaron.

 Actualmente, Mónica es una madre soltera que trabaja duro para ganarse el sustento y procurarle una vida digna a su hija, mediante la puesta en marcha de su propio negocio, y la realización de diversos trabajos a destajo.

Pero sus dificultades no terminan ahí. Junto a su complicada situación laboral, esta abnegada mujer enfrenta algunas de las dificultades propias de las “madres solas”: los problemas emocionales de la hija por la ausencia paterna, y sus propios dilemas de mujer divorciada, incluyendo la muy humana aspiración de encontrar una pareja sentimental.

III) CORINA

Corina está felizmente casada con un japonés, y tienen una pequeña de 2 años. La niña, al igual que muchos otros niños nacidos en Japón de matrimonios nipo-latinos, está aprendiendo japonés rápidamente – el único idioma que se habla en casa – pero no habla nada de español.

Esta situación que antes parecía irrelevante ahora se está convirtiendo en un motivo de gran preocupación para Corina, ya que ella misma no habla japonés muy bien, y está comenzando a sentir que en el futuro cercano va a tener problemas para entenderse con su hija. Y en el peor de los casos, no van a poder comunicarse entre sí en español, la lengua nativa de la madre.

 Corina, quien hasta ahora se ha sentido muy satisfecha con su vida de esposa y madre en Japón , no puede evitar experimentar ansiedad y temor, ya que si bien su esposo ha sido un gran apoyo en su proceso de adaptación a la sociedad japonesa, ella aquí aun se siente entre extraños. La sola idea de que la falta de comunicación con su adorada hija pudiera conducirla a la soledad y al aislamiento le hace sentir mucho miedo.

IV) ADRIANA

 Adriana y su esposo japonés llevan casi 20 años viviendo en Japón – el mismo tiempo de casados –  y forman una bonita familia que incluye 3 hijos.

Adriana es una mujer optimista y luchadora por naturaleza. Y en todos estos años en suelo nipón ha obtenido grandes logros profesionales, los cuales le han ganado el respeto y la admiración de propios y extraños.

Su felicidad sería completa a no ser por el lamentable hecho de que uno de sus hijos actualmente está enfermo de gravedad, y pudiera no tener cura.

Esta excelente mujer y madre, trabajadora incansable, enfrenta la enfermedad de su hijo con resignación y valor admirables. Su fortaleza espiritual, y el amor ilimitado por los suyos son los pilares que sostienen a su bonito hogar. Pero, precisamente esa gran sensibilidad de la que surge tan inmenso querer es la misma sensibilidad que la hace romper en llanto maternal, sagrado y puro, siempre que sostiene al hijo amado entre sus brazos.