ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: ¿Veré a mi papá en el «más allá»?

julio 5, 2023


Días atrás, súbita e inesperadamente, fui consciente de algo que me emocionó grandemente. Algo relacionado con mi difunto padre y con la muerte.
Por primera vez, desde que falleciera mi papá, hace 20 años, caí en cuenta de que es posible que me reúna con él cuando muera yo. ¿No es alucinante?
Siempre he creído que los seres humanos, siendo una forma de energía, al dejar el plano terrenal no nos acabamos sino que nos transformamos en una entidad energética distinta, y pasamos a otro plano inmaterial. Según esa creencia, mi papá y demás seres queridos fallecidos existirían en «el más allá», como «espíritus».
De hecho, soy una de esas personas – poco originales – que afirma que tiene algún tipo de comunicación con los espíritus. Aunque, en mi caso, es exclusivamente con mi progenitor.
Sobre el tipo de contacto que tengo con él no hablaré aquí. Uno, porque lo considero algo muy personal, dos, porque, además de no tener pruebas – como es de esperarse – no tengo la más mínima intención de convencer a nadie sobre mi experiencia.
Lo que sí quiero compartirles hoy es que, a pesar de mis creencias en la «vida después de la muerte» y en mi comunicación con mi papá, no se me había ocurrido pensar, en todos estos años, que, al morir ¡yo podría reencontrarme con él!
Esa posibilidad me tiene muy animado e ilusionado estos días. Aclaro, no tengo ningún apuro en tener ese reencuentro padre-hijo (mi adorada hija de 17 años es mi más grande razón de vivir), pero la sola esperanza de estar con mi amado padre, cuando me llegue la hora, es algo simplemente indescriptible, maravilloso.
Si antes no temía a la muerte – por considerarla una aventura más – ahora menos. Por el contrario, cuando ésta sea algo inevitable – después de disfrutar por muchos años más a mi hija, como espero – partiré gustoso, anhelando el «eterno» abrazo que me daré con mi papá.


ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: Un militar muy civil

febrero 23, 2023

En países como el nuestro, las fuerzas armadas tradicionalmente han gozado de mucho prestigio, autoridad y, sobre todo, poder. Fuera de los cuarteles, en sus respectivas comunidades, incluso los soldados rasos son prácticamente venerados por muchos de sus vecinos civiles. Esto hace que un buen número de uniformados, desafortunadamente, abusen de ese privilegio socio-cultural, sacando provecho personal, injusta y descaradamente.

Valga mencionar que yo estudié los 5 años del bachillerato en un internado castrense y, aunque era sólo un adolescente, pude experimentar en carne propia el trato deferente generalizado que recibe quien porta un uniforme militar.

Abro un paréntesis para decir que en todos estos años de dictadura narco-genocida venezolana, adicionalmente, los militares son percibidos por la ciudadanía como elementos abusivos, corruptos, dañinos, peligrosos. Algunos de ellos, de hecho, son capaces de cometer crímenes atroces contra sus conciudadanos.

Volviendo al relato, mi difunto padre – quien se retiró de su amada y otrora honorable Guardia Nacional con el grado de coronel – fuera de los cuarteles era el más civil de los civiles.

Cuando se encontraba fuera de servicio, procuraba vestirse de paisano lo más posible (con la excepción de eventos socio-familiares muy especiales, como su casamiento y los 15 años de su hija, claro está). Con los años entendí que, entre otras razones – como su seguridad personal, por ejemplo – lo hacía para no recibir trato preferencial en determinadas situaciones, tales como diligencias cotidianas.

Sus sólidos principios sobre no abusar de la investidura castrense nos fueron inculcados a sus hijos, huelga decirlo. Recuerdo bien cuando, siendo yo adolescente, me pidió que nunca me valiera de su condición de oficial de la GN para obtener beneficios, y me recalcó: «Si algún día, por voluntad propia, cometes alguna falta – incluso si amerita cárcel – no esperes que yo te salve. Como el hijo de un oficial de las fuerzas armadas que eres, yo espero que tú des el ejemplo».

Aprovecho para disculparme con él, a 20 años de su partida, por no haber sido el más ejemplar de los primogénitos de un militar. Y en relación a la cárcel, sí la visité una vez… pero sólo por un par de horas, por permanecer con mis amigos en un bar de mi localidad, hasta las 7 de la mañana, haciendo más bulla de la permitida.

Otra de las instrucciones expresas que me diera mi padre tenía que ver con los funcionarios policiales o militares corruptos: «Hijo, nunca le des dinero a un funcionario para que te exonere de una multa o lo que sea, ¡sobre todo a un Guardia Nacional!»

Aquí, me es preciso acotar que, sólo en tres oportunidades de toda mi existencia, tuve que decir a los funcionarios de turno (policías y Guardias Nacionales aeroportuarios) que mi progenitor era coronel de la GN, y lo hice porque en esas tres ocasiones fui acusado falsamente, e incluso sentí que mi seguridad personal estaba en peligro. Afortunadamente, decirlo me salvó de ser chantajeado y, muy posiblemente, lastimado.

En cuanto al arma de reglamento, por ejemplo, recuerdo que era práctica común entre militares «llevar encima la pistola», estuvieran o no uniformados. Pero, relativamente temprano en su vida castrense, mi papá decidió no andar armado en la calle. Uno, porque – como me explicaría mi mamá – él entendió que su personalidad temperamental y las armas eran una pésima combinación; dos, porque no le parecía necesario, sencillamente.

Sólo una vez, en todos mis años junto a mi padre, recuerdo haberlo visto poniéndose la pistola en el bolsillo, pero sólo como medida preventiva.

Yo tendría unos 6 años de edad. Vivíamos en una zona del Oeste de Caracas, originalmente concebida como una bonita urbanización de pequeños edificios residenciales, rodeados de eucaliptos, y con vista a unos verdes cerros, los cuales fueron convirtiéndose aceleradamente en áreas marginales.

Según me explicarían mis padres, algunos jóvenes habitantes de los cerros más cercanos, esporádicamente bajaban en grupo hasta nuestra urbanización, con el fin expreso de cometer fechorías.

El día que vi al entonces «teniente La Rosa» calzarse su revólver y salir a la calle, fue precisamente en una de esas inesperadas e indeseadas ocasiones. Afortunadamente, no hubo hechos que lamentar. Sólo alcanzo a recordar que algunos residentes de nuestro sector comenzaron a alertar, a gritos, sobre la inminente venida de un «grupo grande de gente del cerro».

Tras ordenarnos a nosotros que nos pusiéramos a buen resguardo dentro del apartamento, y pedirle a los vecinos que se metieran en sus casas, mi papá salió a la calle con su arma, y se ubicó en un buen punto de observación, detrás de un pequeño muro.
Al parecer, el grupo o se dispersó o se fue en otra dirección, ya que, por suerte, no se presentó en nuestra urbanización.

Los militares retirados tienen la potestad de uniformarse en ocasiones especiales, pero, tras su retiro, mi papá nunca más lució el uniforme. No porque no le gustara. Al contrario, siempre lo portó con mucho orgullo (y gallardía, hay que decirlo. felizmente conservo recuerdos fotográficos). Sencillamente, no lo creyó necesario.

Siempre admiré la entrega de mi papá a su profesión de soldado. No obstante, también valoré grandemente su decisión de dejar el uniforme y el arma sólo para los cuarteles; de ser un militar muy civil.


Carnavales de El Callao: ¡Tremenda aventura!

febrero 21, 2023

(Nota: Estimados Soleros de Japón, Venezuela y el mundo entero, este escrito mío es un «refrito» – como decimos en Venezuela – de febrero de 2008. El video se lo agregué en 2013).

A los 19 años – es decir hace 28 – cumplí un sueño de mi adolescencia: ir a unos carnavales de EL Callao, pueblo suroriental de mi país, Venezuela, famoso por sus minas de oro y sus vibrantes fiestas carnestolendas. De hecho, recuerdo que al momento de emprender el viaje, ciertamente me sentí como un explorador en busca de oro, con la diferencia de que mi anhelada mina dorada era el propio pueblo de El Callao, con el invaluable tesoro de su gente y su carnaval.

Ese viaje (que hoy en día bien podría entrar en a denominación de «etnoturismo», «turismo cultural», «turismo del folclor», etc.) ha sido una de las mejores aventuras de toda mi vida.

Y es que, como toda auténtica odisea, tuvo de todo: emociones, sorpresas, satisfacciones y, por supuesto, alguno que otro percance, el primero de los cuales, por cierto, se presentó cuando le pedí a mis padres apoyo financiero para mi peculiar plan vacacional.

Mi difunto padre, salvo las advertencias y los consejos de rigor, no se opuso. A pesar de haber sido «aquietado» por las obligaciones familiares y castrenses, tenía corazón de aventurero (para ser militar hay que tenerlo, en cierta forma ), por lo que se identificaba fácilmente con mis juveniles sueños de aventura.

Mi madre, en cambio, se negó a financiarme la carnavalesca excursión. Y no es que a ella no le gustara viajar y aventurar (el deseo de nosotros sus 3 hijos de conocer lugares distantes y sus culturas en parte se lo debemos a ella, promotora y organizadora de todos nuestros viajes familiares), sino que temía realmente por mi seguridad. Y su maternal preocupación era razonable. En esa época, el recorrido por tierra desde mi ciudad, San Antonio de Los Altos, hasta El Callao era de unas 18 horas, incluidos no pocos tramos peligrosos, algunos de los cuales yo tendría que transitar de noche. Adicionalmente, iría pidiendo aventón («pidiendo cola», en venezolano), para ahorrar dinero. Y, por si fuera poco, no tenía la menor idea de donde me alojaría. Pero, como es de suponerse, a mis 19  años y ante mi gran expectativa por la emocionante experiencia  (especialmente la tremenda fiesta) que me aguardaba, esos eran detallitos sin importancia.

Pero, al final la convencí. todavía recuerdo mis argumentos: «mamá, yo se que el problema no es financiero. No quieres darme el dinero porque temes que me pase algo malo, y te entiendo. Pero recuerda que pasé 5 años en un liceo militar, desde los 12 hasta los 17, bastante lejos de ustedes, teniendo que arreglármelas solo y, en vacaciones, a veces pasaba hasta dos meses sin verlos. Además, si yo tuviera el dinero, no necesitaría tu autorización para ir a El Callao o a cualquier otra parte». Me dio el dinero. Eso sí, humedecido con algunas lágrimas y acompañado de muchas bendiciones.

La odisea del mochilero

Por esas casualidades de la vida, la primera cola me la dieron mis inseparables amigos de parrandas, quienes, de hecho, días atrás me habían invitado a pasar esos carnavales en un pueblo costero del oriente venezolano. Yo estaba parado con mi dedo extendido, a la salida de San Antonio, y ellos iban pasando en una caravana como de 5 carros, rumbo a la playa.

Nos alegramos mutuamente por tan grande casualidad, ya que así podíamos compartir al menos 3 horas de camino. Tiempo durante el cual, por cierto, hicieron lo imposible por hacerme desistir de mi idea. Algunos, incluso intentaron emborracharme  dándome cervezas y otras bebidas, pero no lo lograron. Yo estaba resuelto a cumplir mi objetivo. Claro que mis amigos sabían de EL Callao y sus carnavales, pero no les atraía gran cosa por no ser un pueblo costero, fundamentalmente. Sobre todo mis amigos varones no entendían que yo prefiriera ir a un lugar sin playa, arena y mujeres en bikini, jajaja.

Quisiera hacer un paréntesis para decir que en esos años (no sé si ahora es igual) muchos jóvenes venezolanos teníamos la mala y peligrosa costumbre de consumir bebidas alcohólicas al conducir, lo que podía ponernos en situaciones de gran peligro.  Por ejemplo, el amigo que me dio aquel aventón para salir de San Antonio iba «alegre» por un par de cervezas que se había tomado, !y de pronto se puso a lanzar fuegos artificiales dentro de los túneles! Incluso, llegó a detonar uno justo cuando iba adelantando a un autobús… Tuve que advertirle duramente que me bajaría a la menor oportunidad, para que dejara de tomar y de hacer esas estupideces tan peligrosas. Esos instantes no fueron nada divertidos. Por el contrario fueron de mucha tensión para mí. Así que pido encarecidamente a los jóvenes que lean esto, que por favor no cometan las mismas imprudencias que nosotros cometimos; que no corran riesgos innecesarios.

Finalmente, la caravana llegó al punto donde yo debía bajarme. Mis amigos, se resignaron a dejarme proseguir mi camino, solo, no sin antes advertirme por enésima vez de lo que me iba a perder, y desearme mucha suerte, que según ellos necesitaría bastante por esa loca ocurrencia mía.

A partir de es momento, !me dieron unos 16 aventones! es decir cambié de vehículo 16 veces. Siempre particulares. Sólo un vez, para un desplazamiento interurbano, en Ciudad Bolívar tuve necesidad de usar transporte público, una buseta.

Lógicamente, me es imposible recordar los detalles de todos esos momentos, en  tantos carros distintos, con tantos conductores distintos. Sólo guardo algunos pocos recuerdos. Por ejemplo, el señor de cierta edad que cantaba canciones alegres para no dormirse; el conductor de una gandola gigantesca de la industria siderúrgica, a quien le saqué el dedo pulgar en plena autopista, por pura diversión, sin pensar que aquel monstruo de camión se detendría realmente para llevarme. Pero lo más interesante es que el tipo, al aproximarse a la entrada de la empresa, puso el camión en marcha lenta, y sin detenerse aprovechó para lavarse la cara, los brazos, el cuello y el torso con la ayuda de una toalla que humedecía en un recipiente de agua colocado al lado de su asiento.  El inmigrante español que me contó las venturas y desventuras de su familia durante la guerra civil española. Y el minero brasilero que me narraba sus peripecias en las minas de oro, hablando muy muy rápido, en portugués, creyendo que por mis frecuentes «mhum» yo le estaba entendiendo todo perfectamente.

Todos ellos y los muchos otros que no alcanzo a recordar, con las historias de su vida y las preguntas sobre la mía hicieron el viaje aun más interesante. Siempre les estaré sinceramente agradecido por su gentileza de llevarme y por su entretenida conversación.

Mi descubrimiento de El Callao 

Por fin llegué a El Callao, mi mina de oro. Era media mañana, y me sentía francamente cansado; tenía muchísimo sueño. Si a las horas en el camino propiamente, le sumamos el tiempo de espera entre cola y cola (a veces horas), pasé más de un día sin dormir. Así que mi prioridad máxima era conseguir alojamiento para dormir unas cuantas horas, «recargar las baterías» y estar como nuevo para esa primera noche de rumba de carnaval.

Pero había un pequeño problema:En El Callao las posadas ya estaban todas repletas; no quedaba ni siquiera una cama disponible para mí. Pero los atentos posaderos me aseguraron que en el pueblo contiguo, Guasipati, si conseguiría alojamiento. Ni modo. Me subí a uno de los autobuses que cubrían esa ruta y fui a buscar donde dormir.

En Guasipati encontré mi tan anhelado aposento. Pero no fue muy fácil que digamos. Era bastante mas modesto de lo yo tenía en mente; rudimentario, para ser mas exactos (y que conste que en ocasiones puedo llegar a extremos de faquir), pero el cansancio y mi deseo disfrutar aquellos carnavales me hicieron aceptarlo gustoso.

Recuerdo como si fuera ayer que la que la cama litera tenía tabla por jergón y una colchoneta delgadísima por colchón. Pero, esa mañana y las dos siguientes me acosté tan pero tan cansado y somnoliento, que para mi aquella «tabla» fue realmente como el lecho de un rey.

Pero eso no es todo. El baño quedaba considerablemente lejos del dormitorio (que consistía en un espacio dentro de la casa, convertido en pequeños cubículos hechos con tabiques muy delgados, por lo que a ratos parecía que la persona de al lado estuviera durmiendo en la misma cama con uno), y uno mismo tenía que cargar una cubeta de agua, aproximadamente 50 metros, hasta la letrina.

Permítanme aclarar que no es mi intención criticar – mucho menos ridiculizar – las condiciones de aquel alojamiento. Sus humildes y hospitalarios posaderos, dentro de sus posibilidades, sencillamente ofrecían una opción muy económica – y por lo tanto muy modesta -a quien la necesitase. Mi otra única opción era dormir en un banco en una plaza (aunque me parece recordar que todos estaban ocupados también), a la intemperie. Así que, gracias a ellos, al menos pude descansar debidamente durante el día, a buen resguardo, lo que me permitió disfrutar plenamente de la diversión carnestolenda nocturna.

La fiesta del carnaval

Durante los 3 días y las dos noches del Carnaval,es posible disfrutar todo tipo de actividades alusivas a tan colorida fiesta tradicional, literalmente de sol a sol. Generalmente, las diversiones matutinas y vespertinas están más orientadas a la familia en general; tienen un carácter más cultural, si se quiere. Entonces, pululan los niños con sus vistosos disfraces, y es común que en los desfiles las diversas comparsas incluyan, junto a sus emblemáticas madamas, atractivas bailarinas, temibles diablos y mediopintos, a los  pequeños, especialmente niñas, quienes, escoltadas por sus  más experimentadas compañeras, ya comienzan a responder hermosamente al estímulo del muy enérgico, alegre y contagioso calipso. Es el mágico y constante proceso de renovación de una tradición centenaria. Así ha sido – y será, Dios mediante – por muchas generaciones.

Posiblemente, muchos de aquellos niños que vi ya hace tantos años sean, actualmente, esmerados cultores y organizadores de sus carnavales. Los pequeños diablitos tal vez, hoy en día sean curtidos músicos de las agrupaciones de calipso o percusionistas de las comparsas o artesanos de máscaras o promotores culturales… las princesitas danzarinas tal vez hoy en día sean elegantes madamas o diosas del baile o cantantes o hacedoras de disfraces… o a lo mejor todos esos pequeñines que vi hace 28 años hoy en día sencillamente sean parte del público que con su permanente y valiosa presencia, año tras año,  contribuye a mantener viva esa maravillosa manifestación cultural.

La celebración nocturna es otra cosa. A partir de las 6 de la tarde, y a medida que avanza la noche, la atmósfera se torna más fiestera, más permisiva. Es el momento esperado por la gente grande para entregarse de lleno – «hasta que el cuerpo aguante» – al disfrute del calipso, que con su estimulante musicalidad puede incluso provocar en muchos asistentes el desborde de pasiones…

Como es de esperarse durante aquellas parrandas carnestolendas nocturnas había muchas personas tomando alcohol para «alegrarse» (yo mismo lo hice durante muchas veces en mi juventud, aunque debo decir que nunca me emborraché, por el peligro que suponía), pero en esa oportunidad !pasé esos tres días y dos noches tomando leche! Aunque Usted no lo crea… ni mi esposa, cuando se lo conté. Lo hice por dos razones: primera, un cuarto de leche pasteurizada era mucho más económico que una lata de cerveza, y me alimentaba más (después del maratónico viaje de ida, decidí que la vuelta sería cómodamente sentado en autobús expreso, y para poder costear el pasaje necesitaba ahorrar al máximo). Segunda, como estaba solo, entre gente que no conocía y muy lejos de mi casa, decidí que lo mejor era evitar el alcohol. Just in case… Además, aunque por muchos años bebí socialmente –  y moderadamente – para bien o para mal nunca he necesitado la bebida para disfrutar una fiesta a plenitud, sobre todo si hay baile del bueno, como en El Callao.

En mi opinión, el calipso, con su exótica esencia afro-caribeña, y con su ritmo cadencioso pero enérgico (a veces frenético), acentuado por los tambores bumbac, que provoca sugerentes movimientos de cadera (a veces lujuriosos), tiene la propiedad de llevar al bailador a un estado de elevación, de trance dancístico (al igual que la samba, por ejemplo), que puede prolongarse por mucho tiempo, especialmente al ser un género musical que puede bailarse mientras se camina.

De ahí que la comparsa sea el concepto que se utiliza tradicionalmente en los carnavales. Y los del El Callao tienen su sello particular. Especialmente en las noches, desde una calle que bordea la Plaza Mayor, van saliendo,  una  a una, las comparsas pertenecientes a las agrupaciones musicales más afamadas de El Callao y (frecuentemente también participan en el «desfile» bandas invitadas foráneas). Algunas de ellas, como The Same People, por ejemplo, han sido protagonistas de esos carnavales desde hace muchas décadas, por lo que se han convertido en verdaderos patrimonios culturales, no sólo de El Callao y la región guayanesa, sino del todo el país.

Durante su desplazamiento alrededor del pueblo, y hasta que se detienen en la esquina que les corresponde, las agrupaciones tocan en vivo. Pero, en lugar de ir montados en un un vehículo grande, los músicos van caminando, conectados a la planta eléctrica y los altoparlantes que a su vez son transportados en un muy peculiar e ingenioso «carrito», empujado por miembros de la comparsa especialmente designados para ello.

El grupo de disfraces y bailarinas desfila al frente del andamio rodante; los músicos (cantantes, cuatristas, bajistas, etc.) caminan bien sea adelante, atrás o a los lados del carro, y la batería de bumbacs y demás instrumentos de percusión va más atrás, generalmente confundida con la gente que se anima a acompañar a  la comparsa  bailando.

Comúnmente, los asistentes hacen todo el recorrido alrededor del pueblo con una comparsa, hasta su lugar de parada, y se regresan al punto de partida para acompañar a otra, y así sucesivamente. Cuando todas las agrupaciones están ya estacionadas en sus sitios determinados (ahora poniendo sus discos, para descansar) algunas personas se quedan todo el tiempo junto a la banda de su predilección, y otras hacen un periplo por todos los sectores, para disfrutar de la fiesta particular que se crea en torno a cada agrupación.

Así transcurrieron los 3 días y las 2 noches de aquel mi primer y único  Carnaval de El Callao (espero que no sea el último). Por eso no es exagerado decir que uno puede bien pasar todo el día bailando (con los obligados recesos por su puesto). En mi caso, los maratones de baile con las agrupaciones de calipso comenzaban como a las 7 de la noche y terminaban como a las 4 de la mañana.

A tantos años de aquella emocionante experiencia, lógicamente no puedo recordar claramente todos los detalles, sin embargo hay imágenes que perdurarán en mi por siempre: la embriagadora música del calipso; mares de gente entregándose al placer del baile en la mágica fiesta del Carnaval, especialmente muchas mujeres hermosas que cautivaban con su contoneo seductor; madamas, diablos, mediopintos, sensuales comparseras, músicos, bumbacs, niños y adultos disfrazados, en fin, todo un pueblo, gozoso, unido en el amor y la pasión por su rica tradición carnestolenda, orgulloso de tan hermosa herencia cultural, y dichoso por compartirla con legiones de felices y agradecidos visitantes como yo.

Mil gracias pueblo de El Callao, por permitirme cristalizar aquel sueño de mi adolescencia; por el oro que es tu maravillosa gente, tus bonitas costumbres y tu fantástica fiesta de carnaval.

(Descripción del video a continuación: Primero que nada, mil disculpas por la bandera de mi hija que está volteada. Me di cuenta editando el video, y no quise borrarlo porque ella trabajó muy duro ensayando, y al final estaba muy cansada. Por cierto, quien conoce un poquito de música sabe que la parte de mi hija imitando la trompeta es difícil. Además, pido perdón a los folcloristas, porque lo que toco en el Cuatro es de todo menos calipso jajaja. Pero lo más importante es que con esta modesta canción de mi autoría quiero expresar todo mi cariño, admiración y agradecimiento a la hermosa gente de El Callao (Estado Bolívar, Venezuela), por ofrendarnos unos carnavales tan fabulosos, que pude disfrutar «en cuerpo y alma» con 19 años de edad. Sueño con ir de nuevo, pero no «en cola», sino en un cómodo carro familiar, jajaja) con mis dos adoradas japonesas: mi esposa y mi hija. ¡Gracias por siempre mi gente!)

En cola hasta el Callao

I

Todavía me acuerdo de aquellos carnavales

Yo era un chamo de 20 y no estaba en mis cabales

Quería ir a Margarita, Choroní o Todasana

O meterme una rumba en el Puerto con los Panas

II

 Los panas me tenían tremenda invitación

Pero una idea loca por mi mente pasó

Las chamas me ofrecín tremendo vacilón

Pero vino el Callao a mi imaginación

«¿Negrito qué te pasa. Estás loco pana?, chao»

Se fueron a su playa, y yo en cola hasta el Callao

Madamas, colores, mediopintos, tambores…

III

Tu gente es tu oro, por eso yo te adoro

A tu plaza y tu río los quiero como míos

Tus Madamas hermosas, divinas como diosas

Aún siento tu calor, Callao eres lo mejor


CANCIÓN: Revelación (Original de Ángel La Rosa)

febrero 22, 2022

Esta canción la compuse hace unos 30 años, pero la última estrofa se la agregué en 2019.

En esa época de mi temprana adultez ya yo componía canciones pensando en el Cuatro como el instrumento líder.

Desde niño y siempre me ha gustado el género Guaracha por lo cadencioso y pegajoso.

«Con mi cuatro canto a las cosas bellas, y CANTO AL CESE DE LA USURPACIÓN».


Educación japonesa. La odisea de entrar a la secundaria superior

julio 9, 2021

¿Están Ustedes radicados en Japón, con un hijo en tercero de secundaria básica? ¿Ya comenzaron a seleccionar la secundaria superior («koko», en japonés) junto a su colegial? Bienvenidos al club. Pero así, sin signos de exclamación. Con más moderación que efusividad… porque la entrada a la «superior» puede ser un proceso complicado, una verdadera carrera de velocidad y resistencia a la vez – con obstáculos incluidos – para nuestros campeones y toda la familia.

Hoy quisiera iniciar una conversación con Ustedes sobre el particular, estimados colegas.

Para los jóvenes estudiantes la elección de la secundaria superior no es tarea fácil. Ciertamente, en nuestra condición de padres quisiéramos que ellos mostrasen iniciativa, poniendo interés y empeño en la búsqueda. A fin de cuentas, los aspirantes son ellos no nosotros. Sin embargo, no sería razonable esperar que nuestros hijos adolescentes decidan por sí solos. No decimos que sea imposible, pero seguramente agradecerían un poco de orientación de nosotros sus progenitores.

Ahora bien, si Usted es uno de esos padres sumamente estrictos, controladores, que toma absolutamente todas las decisiones por sus hijos – incluidas aquellas que, por «ley de vida», le correspondería tomar a ellos – nos atrevemos a sugerirle, a sabiendas de que sus intenciones son las mejores, que haga un esfuerzo por entender lo importante que es para los jóvenes aprender a valerse por sí mismos, participando en la toma de decisiones de aquellos asuntos que les conciernen directamente. Esto, huelga decirlo, es un requisito indispensable para que se conviertan en adultos satisfechos, independientes y asertivos, lo cual, por cierto, no sólo les traerá muchas ventajas a ellos mismos, sino que beneficiará a todos en la familia, incluyendo a sus muy abnegados padres.

Hay diversas opciones, que incluyen colegios públicos y privados, dependiendo del desempeño académico y las motivaciones de los candidatos. A continuación, nos referiremos a las 3 primeras, en orden de prestigio educativo y, por ende, de dificultad para ingresar.

«Número 1«: Son las escuelas secundarias superiores con el criterio de selección más riguroso. En una escala de 1000 (mil) puntos, el promedio combinado de la prueba de admisión (70%) y las notas del tercer año (30%)debe rayar en la perfección, es decir, 900 puntos, mínimo. De ahí que, por lo general, los alumnos que aspiran entrar a esos institutos son los más sobresalientes de sus respectivos cursos.
La exigencia académica de dichos colegios es tal que, sin importar cuantos conocimientos y cuantas excelentes calificaciones exhiban los estudiantes interesados, éstos deberán, casi obligatoriamente, inscribirse en una de las tantas agencias privadas que ofrecen sesiones extra-escolares («juku», en japonés), para consolidar lo aprendido en el salón de clases, y así ir sobre seguros.

«Número 2«: Aunque, académicamente hablando, no son las instituciones «top», demandan un desempeño escolar destacado, por encima del promedio (un resultado combinado de 850 puntos), lo cual, como todos sabemos, requiere tanto inteligencia como un esfuerzo sostenido de parte del candidato.

Valga decir que, a mayor cantidad de escuelas «número 2» (en comparación a las «número 1»), mayor cantidad de aspirantes, por lo que la competencia por los cupos es férrea. De ahí que, los estudiantes distinguidos que opten por estos institutos, en la mayoría de los casos, también deberán tomar clases extras en un Juku.

«Número 3«: Un número importante de estudiantes se decide por esta opción. Aunque no manejamos estadísticas, suponemos que está entre las más codiciadas entre el alumnado. Para aspirar entrar en algunos de estos colegios, aunque no hay que estar entre los primeros de la clase, sí hay que ser buen estudiante. En este caso, los colegiales necesitaran un total de 800 puntos. Así que si estos son suficientemente aplicados en los estudios, los «número 3» son una meta alcanzable, realista.

Como colofón, quisiéramos añadir que es humanamente comprensible desear que nuestros hijos sobresalgan – sobre todo si reúnen las cualidades. Entendemos que en el caso de estudiantes sobresalientes, el solo prestigio académico del colegio pueda ser el criterio predominante a la hora de elegir.

Si su retoño es uno de esos «geniecillos», ¡mis más sinceras felicitaciones! tanto para el estudiante como para Ustedes, por su mérito como padres.

Definitivamente, es una gran ventaja – y un gran alivio – si el colegial exhibe un notable desempeño académico, con la sapiencia y las notas que le permitirán entrar en el colegio más prestigioso de todos o en cualquier otro de su preferencia. Pero, insistimos en que primero debemos asegurarnos de que sea la elección más idónea para ellos, la que más le guste, la que satisfaga realmente sus expectativas, no sólo académicas, sino formativas, en lo que respecta a su educación integral.

En cambio, si nuestros muchachos son estudiantes promedio (la gran mayoría), hagámosle saber que si bien celebramos los resultados excelentes, valoramos, por encima de todo, que hagan mayor esfuerzo; que damos más importancia a su bienestar personal.

La entrada a la secundaria superior puede llegar a ser toda una odisea para nuestros jóvenes estudiantes, y para toda la familia. Acompañémoslos a lo largo del camino, hombro con hombro, con firmeza, sí, pero con solidaridad. Si alcanzan la victoria ¡hagamos una fiesta! Si, tras intentarlo fuertemente, tienen un tropiezo, ¡hagamos una fiesta aun más grande! Para que sepan lo tremendamente orgullosos que estamos de ellos, de nuestros amados hijos, de nuestros luchadores.


Mi hija y yo (1): Nuestra primera comunicación

enero 31, 2021

Desde la venida al mundo de mi adorada hija, una de mis máximas prioridades existenciales ha sido tener una buena relación, una buena comunicación con ella, actualmente toda una adolescente en sus 14.
Contrariamente a los clichés políticamente correctos seré sumamente inmodesto: En eso he sido exitoso. Dista mucho de ser perfecto, por supuesto, pero sí en extremo enriquecedor. Huelga decir,  que entiendo y apoyo a los padres que tienen dificultades para comunicarse con sus hijos.
Pudiera decirse que esa fascinante interacción padre-hija, esa bonita aventura compartida con ella tuvo inicio desde el mismo instante cuando su madre me informó, por video-chat (yo estaba trabajando en China, y ella estaba aquí en Japón, tras haber regresado de una temporada conmigo en Beijing), que estaba embarazada.
Como digo en un escrito anterior publicado en este blog, «Apoteósico recibimiento»: no sé como la computadora siguió funcionando después del montón de besos que estampé en la pantalla, dirigidos no sólo al rostro de mi idolatrada prometida, sino a su barriga, la cual yo le pedía que acercara a la cámara lo más posible, en un desesperado intento de besarla y abrazarla.
Mi reacción, mi alegría incontenible de aquel momento, lógicamente, le produjo a mi mujer una sensación de bienestar igual de grande, la cual, a su vez – como ha sido demostrado científicamente – fue transmitida a esa milagrosa semillita de vida en su vientre. Así que, aunque haya sido por «retransmisión», siento que esa fue la primera comunicación real entre mi hija y yo.
Pero, voy a ir incluso más allá. Tengo una teoría, aunque es más poética que científica: La buena comunicación entre una pareja amante de los niños con sus posibles futuros hijos comienza incluso antes del embarazo… «¡Qué!», me responderán.
Todos esos pensamientos, todos esas conversaciones, todos esos gestos que, sobre los anhelados vástagos, ocurren en el marco de un amor profundo, condicionan a la potencial madre positivamente; la preparan de forma óptima, física y mentalmente, para traer al mundo a sus potenciales hijos, para darles la bienvenida, literalmente.
En nuestras modestas creencias sobre la existencia de «energías universales superiores» que influencian nuestras vidas, éstas conocen nuestros sueños, oyen nuestras oraciones pidiendo ser buenos padres de hijos sanos y felices; dichas fuerzas facilitarían las condiciones para que una pareja dichosa procree la nueva y sagrada vida que han atesorado en sus corazones. Un acto comunicativo entre los amorosos progenitores y el universo. Ni más ni menos.


ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: El pelador de naranjas

octubre 16, 2020

Tras jubilarse de las fuerzas armadas, el coronel La Rosa, mi papá, comenzó a pasar más tiempo en la casa y, en consecuencia, a hacer cosas que antes yo, en lo particular, no le conocía. Una de esas nuevas actividades era pelar naranjas.  

En esa época, cuando Venezuela todavía era un país decente (ahora está tan destruido y arruinado que da lástima. Parecieran tiempos muy lejanos, o que hubieran sido sólo una leyenda), y mucha gente podía vivir bien de su trabajo, mis padres le compraban naranjas por cientos a unos buenos vecinos italianos que tenían una pequeña finca frutal. Se acababa un saco y comprábamos otro. Esa dinámica se repitió por varios años. Debido a sus trabajos dignos, productivos y honestos tanto mis padres como los vecinos podían brindarle una buena vida a sus respectivas familias.

Como les estaba diciendo, a mi padre, el coronel la Rosa (como lo llamaban todos por ser el rango con el que se retiró de su amada y otrora honorable Guardia Nacional) le dio por pelar naranjas. No sólo las suyas, aclaro, sino las de todos los comensales presentes. Y en ocasiones las exprimía para que tomáramos sumo. También lo recuerdo sirviendo, de vez en cuando, otras frutas como patilla, melón, etc., o haciendo el jugo.

Ese hábito, ese gesto de mi papá- entre otros que sí le conocí de niño – era el reflejo de su naturaleza generosa y servicial, de su necesidad de proveer para los suyos, de su gran responsabilidad y su infinito amor de padre.    

Ayer en la noche (del 16 de octubre, aquí en Tokio) mientras consideraba opciones para la anécdota paterna de hoy, me vino a la mente ese recuerdo tan emotivo y aleccionador para mí, para mi vida: mi amado padre, un día cualquiera, justo antes del desayuno, pelando sus naranjas, de lo más contento – con mucha habilidad, hay que decirlo – compartiendo con nosotros, velando por su familia, como lo hace todo buen padre.


Sr. Joe Biden, si quiere ser presidente haga esto…

septiembre 21, 2020

  Sr. Vice presdiente Joe Biden, lo saludo cordialmente desde Japón, Tokio.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          Aunque soy venezolano, y sólo he estado en su país de vacaciones – varias veces – desde muy joven me interesó la política estadounidense y, por alguna razón, desde el principio sentí conexión con el partido Demócrata, con sus nobles ideales de justicia y liberalismo sociales.                                                                                                                                         Pero, debe saber que mi admiración por su partido no es ciega ni mucho menos (tampoco lo ha sido nunca por alguna agrupación política de mi propio país); que, por el contrario, todos estos años he sido muy crítico con algunas acciones tomadas por el partido Demócrata cuando ha estado en el poder. Hablemos de Cuba, por ejemplo.                                                                                                                                             Sabemos perfectamente que la normalización de las relaciones con el país antillano no haya sido un simple capricho del presidente Obama, algo que le viniera en sueños de la noche a la mañana. Según una encuesta realizada en 2015 por el Centro Pew Research, 72 % de los estadounidenses están a favor de levantar el embargo. Es más, en 2007, Estados Unidos se convirtió en el quinto socio comercial de Cuba, debido, entre otras razones, a que el presidente (republicano) George W. Bush restableció la exportación de productos agrícolas estadounidenses a la isla.                                                                                                                                        Se puede adivinar – aunque el presidente Obama no pueda reconocerlo públicamente y mucho menos frente al régimen comunista castrista – que el fin último de su administración al normalizar las relaciones era intentar la transformación gradual de la dictadura cubana en una democracia «made in America». Muy distinto a la noción absurda y ultraderechista promovida por algunos incautos, desinformados y manipuladores de que el restablecimiento de las relaciones expresaba el deseo de Obama y su gobierno de impulsar el comunismo. ¡Qué ridiculez!                                                                                                                                             El problema, Señor Biden, es que lejos de transformar a la dictadura comunista cubana en democracia, el restablecimiento de las relaciones con Cuba está produciendo – al menos al corto y mediano plazos – el efecto contrario: Está funcionando más bien como un espaldarazo de la administración Obama, como un acto de legitimación de la tiranía cubana ante el mundo.                                                                                                                                                    Vice presidente Biden, no voy a entrar en los detalles de como el régimen castrista cubano ha logrado «invadir» silenciosamente a mi país Venezuela, en los últimos 20 años, claro está, con la complicidad del régimen narco genocida chavista venezolano. Tampoco voy a ahondar en la inmemsa tragedia que eso ha significado para mi pobre país. Sólo diré que si Ustedes pensaron que la normalización de las relaciones con Cuba era una posible solución al problema del comunismo en ese país, se equivocaron estrepitosamente. Ha quedado muy claro al mundo entero que «el remedio fue peor que la enfermedad».                                                                                                                                              Señor Biden, decidí escribirle esta carta, porque quisera ayudarlo – muy modestamente – a consolidar la ventaja que, en las encuestas estadounidenses, mantiene actualmente sobre el aprendiz de autócrata, Donald Trump, y así Usted pueda hacerse con la presidencia de Los Estados Unidos. Asimismo, creo sinceramente que Usted, Obama y el partido Demócrata en general son perfectibles, mientras que Trump es totalmente desechable, por inservible, irreparable.                                                                                                                                            Hágame el favor – pero principlamente hágaselo a Usted mismo – de «escuchar» con atención. Los mejores consejos no siempre vienen de los «expertos», a veces pueden venir de anónimos, de «don nadies»,como este servidor, por ejemplo.                                                                                                                                                  Si Usted realmente quiere convertir al «bidenismo» a un número importante de votantes hispanos estadounidenses entre los que se sintieron burlados, traicionados y atacados por el apoyo de Obama al castrismo, sólo tiene una posibilidad: ¡PÍDALES PERDÓN! Todos y cada uno de los días que faltan de aquí a las elecciones (seria deseable acompañar la disculpa con una reverencia japonesa, preferiblemente de rodillas); explíqueles claramente, hasta el cansancio, cual fue la verdadera intención tras el restablecimiento de las relaciones con Cuba (todavía hay hispanos que real y honestamente piensan que Ustedes planean instaurar el comunismo en Los Estados Unidos. Para mí es un chiste, pero no para ellos. Créame); dígales que Usted entiende que la medida de Obama – auque a un nivel muy pragmático trajo beneficios comerciales – hizo más miserable y trágica la existencia de millones de seres humanos, entre cubanos, venezolanos e hispanos en general; finalmente, Señor Biden, explíqueles minuciosamente qué medidas tomará, de ser presidente, para combatir los graves problemas, la desgracia que el pacto de Obama con el castrismo trajo a mi sufrido pueblo.                                                                                                                                              No hay otra, mi estimado. El tiempo corre…


Maltrato verbal/psicológico de un entrenador a un niño

septiembre 13, 2020

En una oportunidad anterior, escribí aquí en mi blog un artículo titulado «Pegar no es educar, es humillar». En dicho escrito, además de mi posición sobre tan importante tema, aporté información variada, obtenida de diversas fuentes calificadas. Hoy, escribiré sobre un problema relacionado: El grito como una forma de maltrato infantil. Pero, a diferencia del texto anterior, sobre el castigo corporal, esta vez sólo me limitaré a narrarles un hecho en el que me vi envuelto, y el cual motivó estas líneas.                                          

En días recientes, mientras me disponía a dar un paseo en bicicleta por mi localidad, se me presentó una situación inesperada y alarmante; una de esas en las que no quisiéramos involucrarnos, pero en las que DEBEMOS hacerlo.                                                                                               

Mientras rodeaba la escuela secundaria de mi hija (ubicada muy cerca de nuestra residencia y cuyo patio funciona como campo de béisbol, fútbol y atletismo), escuché un grito de hombre, tan violento y perturbador que tuve que detener la marcha para ver que ocurría. Inmediatamente entendí que se trataba de uno de los entrenadores («coach») regañando con excesiva violencia a uno de los niños del equipo.                                                                                                                                                  

Debo confesar que en ese instante, ante aquella imagen tan horrenda, perdí momentáneamente la compostura (no respiré profundo ni conté hasta diez, como me recomienda siempre mi madre), y lo único que atiné a hacer fue entrar abruptamente a la escuela; irrumpir en el campo, y dirigirme agresivamente hacia el entrenador gritándole con la misma violencia que el gritaba a aquel pobre niño paralizado por el miedo y la humillación.                                                                                                                                     

Abro un paréntesis para explicar que, en parte, mi reacción se debió a que había antecedentes; en el pasado ya yo había presenciado varias situaciones con otros dos entrenadores (a uno de ellos también le interrumpí el regaño frente a los niños – pero pacíficamente – para explicarle que era incorrecto, y para solicitarle una conversación al respecto, la cual, dicho sea de paso, se produjo al terminar la práctica, muy cordial y constructivamente), que si bien no llegaron a ese nivel de maltrato, me pusieron en guardia, dispararon mis alarmas.                                                                                                                                 

También, aprovecho para aclarar que el agresor de la historia de hoy no pertenecía al equipo del colegio de mi hija, sino al equipo visitante, lo que, por supuesto, supuso cierto alivio para mí. Huelga decir lo sorprendido y desconcertado que estaba el abusivo profesor (así como los demás presentes, entre niños y representantes); sus ojos desorbitados en un rostro desencajado expresaba su gran asombro y confusión, preguntándose quién era aquel individuo (claramente extranjero), de dónde había salido y cómo osaba increparlo tan fuertemente delante de todo el mundo.  Yo le decía (siempre gritándole con todas mis fuerzas) en mi elemental japonés mezclado con inglés, por qué le gritaba así a ese niño, que dejara de hacerlo inmediatamente, que eso era maltrato infantil aquí y en todas partes del mundo. Ya más calmado, dueño de mí, me alejé de él y me ubique en un lugar del campo donde los jóvenes jugadores y los asistentes pudieran escucharme con claridad.                                                                                               

Mantuve el tono altisonante, pero ahora más respetuoso, más comunicativo, para dirigirme específicamente a ellos y explicarles que la conducta del entrenador era inaceptable, dañina; que no debía ser tolerada de ningún modo; que los niños tienen derechos reconocidos mundialmente, que incluyen no ser maltratados ni humillados de esa manera; que los niños debían informar a sus padres sobre los métodos abusivos y humillantes del coach.                                                                                    

Sólo en un momento cuando el agresor intentó dar unos pasos hacia mí (al ver que yo estaba más controlado, hizo un gesto educado, conciliador, para que yo abandonara el campo), me puse otra vez en modo agresivo y vociferante contra él, advirtiéndole con un movimiento de mi mano que no se acercara más a mí. Después de ver como agredió y denigró verbalmente a aquel pobre niño en público, no le iba a permitir que se acercara mucho a mí. Si lo hacía yo lo percibiría como una violación de mi espacio personal, como una muestra de poder, como una agresión, y entonces habría tenido que usar la fuerza, con las consecuencias negativas lógicas. Aunque, debo reconocer que, por la juventud y fortaleza física del entrenador, yo seguramente hubiera tenido las de perder. Pero, la situación bien ameritaba el riesgo.                                                                                                                                  

Por cierto, el entrenador con quien yo había tenido el incidente previo y la útil conversación, ese día era el coach de nuestro colegio. Durante mi acalorada intervención, hubo un momento en que nuestras miradas coincidieron. Para mi tranquilidad, pude percibir comprensión y aceptación en sus ojos, lo que comprobé días después en la reunión que solicité expresamente con las autoridades del colegio, donde él estuvo presente, y me dio su respaldo.                                                                                                                       

Durante mi encuentro con los directivos del plantel, en mi condición de padre de una estudiante del colegio, además de condenar enérgicamente el maltrato psicológico que perpetró el entrenador contra ese niño indefenso, y tras exponerles mis puntos de vista (les entregué materiales de Internet elaborados por UNICEF, etc.), les pedí que tomaran medidas contra el agresor, e igualmente para evitar la recurrencia de prácticas tan negativas y lamentables en nuestro colegio, mediante la realización de campañas de concientización y demás iniciativas. Para mi satisfacción, fui informado que, por la gravedad de lo ocurrido, y antes de saber que yo solicitaría reunirme con ellos, ya la Dirección había comenzado a tomar cartas en el asunto.                                                                                                                                         

Pero, deben saber amigos lectores que, así como pedí acciones contundentes contra el coach, también les manifesté que, en mi opinión, él mismo necesita ayuda, orientación psicológica. Es un ser humano que muy posiblemente creció y se hizo hombre viendo ese tipo de conductas violentas a su alrededor, y ahora, en una situación de autoridad, piensa que así, con esa violencia, es como se le llama la atención a un niño.                                                                                                                                          

Sin importar cuan errado, enfermizo y condenable nos parezca su proceder, tenemos que aceptar que tras recibir la sanción adecuada, tiene derecho a enmendar, a recibir ayuda, como todos nosotros cuando cometemos faltas.                                                                                                                                               

Al final de la reunión, también me disculpe con las autoridades (y les pedí me disculparan con los jugadores y demás estudiantes), por mi conducta incorrecta, por agresiva. Es cierto que produjo resultados positivos, pero imagino que debe haber otra forma más civilizada de proceder en un caso así. Aunque, en honor a la verdad, no estoy muy seguro…                                                                                  


Hija, yo me porté mal: Amistades peligrosas

agosto 20, 2020

Desde niño y hasta el día de hoy, mi carácter sociable y adaptable me ha permitido tener muchos amigos. Sobre todo en mi años juveniles llegué a pertenecer a varios grupos. Algunos muy distintos entre sí: Desde los deportivos, pasando por los musicales, hasta los eminentemente fiesteros. De entre todos esos grupos, hubo uno que influyó muy marcadamente en mí, formado principalmente por amigos de mi localidad, con quienes compartía todo tipo de intereses, especialmente los deportes, los paseos y las fiestas. Aunque, en realidad, tanto las actividades deportivas como las aventuras ¡siempre terminaban en fiesta! Junto a ellos disfruté, por largos años (con algunos todavía mantengo una estrecha amistad), momentos muy felices.                                                                                                         

Pero, tener tantas amistades, si bien es algo bueno para cualquiera, también tiene sus inconvenientes. Por ejemplo, uno no siempre conoce bien a las personas con quienes comparte ocasionalmente. De hecho, varias veces coincidí con amigos varones quienes, aunque normalmente eran bastante agradables, en algunas situaciones específicas – interactuando con otras personas o grupos – se volvían altamente agresivos, de un momento a otro, provocando conflictos, como peleas a golpes, por ejemplo, que podían llegar a ser muy peligrosas para los involucrados.                                                       

De por qué eso ocurría te hablaré más detalladamente otro día, hija. Hoy sólo te diré que, en muchos casos, las personas violentas traen ese problema desde su infancia, por condiciones negativas existentes en su núcleo familiar. Aunado a eso, estando en grupo, en una posición de poder, se sienten más apoyados y más fuertes, para mostrar su agresividad.      

Me vienen a la mente un par de situaciones violentas, muy lamentables.   En ocasiones, formábamos grupos de más de veinte personas, entre hombres y mujeres, repartidas en unos 5 vehículos, y salíamos a pasear, generalmente los fines de semana por la noche. A veces, teníamos un plan determinado, pero, otras veces, simplemente nos dábamos a la tarea de deambular por ahí, sin rumbo fijo.                                                      

Recuerdo que en una de esas salidas, se presentó un altercado entre el «líder» del grupo, quien manejaba el carro que iba al frente de la «caravana», y el conductor de un taxi, por no sé que problema ocurrido en un cruce de la vía. Lo cierto es que el mandamás de la expedición, luego de una breve y acalorada discusión verbal con el señor taxista, echó mano de una gruesa cadena que guardaba en su carro, y procedió a destrozar el parabrisas del taxi. Huelga decir que huímos de la escena inmediatamente. Piensa un momento hija mía, en lo que hubiera ocurrido si el otro conductor hubiera reaccionado con igual violencia…                                  

Otro día, que iba con otro grupo grande entrando en cambote a una fiesta en un edificio del sector, el jefe de turno tuvo un cruce de palabras con uno de los presentes que se encontraba en la entrada. No habíamos cruzado la puerta, cuando comenzó un forcejeo entre ambos, que se volvió una pelea a golpes, la cual a su vez escaló rápidamente hasta convertirse en una trifulca general entre nosotros y los demás invitados, en medio de la calle.      

Debes saber, mi linda (sin querer librarme de la responsabilidad que me corresponde), que en esos casos, mi reacción natural siempre era tratar de controlar, a toda costa, a los individuos violentos, para evitar problemas graves. De hecho, esa vez en particular, traté de impedir que uno de mis compañeros lastimara seriamente a otro muchacho con un bate de béisbol. Aunque, desafortunadamente, llegué después de que el agresor lo golpeara muy fuerte, y éste debió ser llevado al hospital. 

También quisiera aclararte que mi rechazo a la violencia y a los conflictos en general me hizo apartarme gradualmente de los integrantes del grupo que consideraba problemático, y me limité a compartir sólo con aquellos quienes, al igual que yo, tenían una actitud más pacífica y concienzuda.

Preciosa, en casos como los que te menciono, mi falta no consistió en ser violento, es cierto, pero sí me recrimino a mí mismo, aun hoy, el no haber sido más frontal y contundente con aquellos amigos violentos. Es cierto que no pocas veces expresé públicamente mi preocupación sobre esas conductas grupales, prácticamente gansteriles, pero, mi postura fue más bien timorata y débil. También es verdad que no es nada fácil enfrentarse a un líder controlador y a sus seguidores, pero insisto, me faltó valor para hacerlo, y hoy me avergüenzo y arrepiento sinceramente de ello.