ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: Impaciencia destructiva

May 25, 2020

Uno de los mejores regalos que me hicieran mis padres de niño fue un avioncito de motor a control de cuerda. Esa aeronave entra, fácilmente, en la lista de los 3 mejores juguetes que tuve.

No logro recordar si fue un deseo mío, o si fue idea de mis padres. Lo cierto es que aprovecharon el viaje de un tío materno a los Estados Unidos para encargárselo.

El día que el tío llegó a la casa con el muy esperado encargo se produjo un gran revuelo familiar.

Y no era para menos. Nunca habíamos visto un juguete parecido: muy moderno, de tecnología avanzada. Aquello nos pareció salido de una película de ciencia ficción.

Por fortuna, mi tío era ingeniero mecánico y, de paso, uno de esos «manitas» capaz de armar y desarmar cualquier cosa. Así que él mismo se encargó de ensamblar aquel sofisticado artefacto.  ¡Cómo agradecerle tanto!

Por fin, mi espectacular aeroplano estaba armado, listo para volar. Recuerdo bien que fue un día laboral, así que el tío nos pidió a mí y a mi papá que esperáramos hasta el fin de semana, para ir a volarlo juntos, y así poder ayudarnos con las instrucciones, que estaban en inglés y eran muy técnicas, como era de esperarse.

Pero mi papá tenía otros planes…

Lo venció la impaciencia. No pudo esperar hasta el fin de semana. Hoy entiendo que estaba incluso más entusiasmado que yo mismo. Afloró su «niño oculto», en toda su magnitud y, al siguiente día, mientras yo estaba en la escuela, se fue, de lo más contento, a volar «su» avión.

Cuando regresé de clases, mi súper avión, el juguete de mis sueños, estaba en un rincón de la sala, hecho pedazos.

Afortunadamente, no guardo recuerdos claros de mis emociones de aquellos años (creo que estaba en 6to. grado), ni de aquella situación en particular, pero imagino que debe haber sido una experiencia absolutamente desoladora para mí; algo triste para toda la famila, especialmente para mi papá.

En descargo de mi padre quisiera decir que, tal vez, él, en su afán de hacerme feliz, quizo tener más participación en aquella experiencia. Posiblemente sintió que mi tío ya había hecho bastante por nosotros, así que trató de aprender a volar el avión por su cuenta, para luego, ser él, mi padre, quien me enseñara.

En verdad, me es imposible recordar lo que sentí entonces. Pero no puedo culpar a mi padre por haber querido más protagonismo en procura de mi felicidad. Al contrario, se lo agradezco, hoy y siempre.


Hija, yo me porté mal: Conductor inconsciente

May 21, 2020

Hija, como has podido notar, algunas de mis muchas faltas han constituido acciones peligrosas que han podido causarme mucho daño, así como a otras personas

Lo que te voy a contar hoy, aun después de tantos años me produce una gran vergüenza, sobre todo porque yo ya era adulto, y se supone que sabía perfectamente que lo que hacía era del todo incorrecto, inaceptable.

A los veinte años de edad ya yo tenía mi propio vehículo. Me lo compraron mis padres cuando cumplí los 18.

Es cierto que, normalmente, un carro es una pertenencia de gran utilidad para su dueño. En mi caso, por ejemplo,  me permitía ir a la universidad – que se encontraba relativamente lejos de la casa – cómodamente, haciendo más soportable los atascos de tráfico diarios. Además, como es lógico, me brindaba una enorme ventaja a la hora de planificar actividades recreativas.

Pero, también es muy cierto que, en las manos equivocadas, el carro puede convertirse en un vehículo de manejo imprudente y altamente peligroso.

En honor a la verdad, hija mía, no se me puede acusar de haber sido un conductor irrespetuoso de las leyes, o de haber conducido siempre de forma riesgosa. No. Al contrario, la mayor parte del tiempo procuré manejar con rectitud. Pero en esa oportunidad en particular, simplemente me dejé arrastrar por la insensatez; por el deseo de lucirme delante de mis amistades, de manera temeraria y estúpida.

Ese día, regresaba a la casa después de un paseo playero en grupo. Formábamos una caravana de 3 o 4 carros. En el mío íbamos un amigo y yo. Después de salir de la carretera costera y entrar a la autopista, se nos ocurrió la pésima y lamentable idea hacer carreras, para ver quién llegaba de primero al final de ese tramo.

Recuerdo como si fuera ayer (tal vez por el remordimiento y el medio que siento al recordar) que yo, no conforme con acelerar a más de 120 km/h, me puse a adelantar a otros carros por el hombrillo, que es el área marcada a la derecha de la vía, donde pueden pararse los vehículos brevemente.

Mi linda, a tus 13 años ya sabes sobradamente que aquella irresponsabilidad, aquella  estupidez del momento pudo haber provocado un accidente muy grave, una tragedia, a mí y demás personas en la vía.

A la vuelta de unos años, cuando te llegue a ti el momento de manejar, por favor, ten siempre presente este desafortunado y grave error de tu papá.

Sé prudente, mi tesoro.