«Eterna juventud»

abril 19, 2021

Hoy, quiero anunciar un descubrimiento mío, tan sorprendente que estremecerá los cimientos de la civilización y revolucionará nuestra noción de la vida. Ustedes, afortunados lectores de SOL, tendrán la primicia. Decidí hacerlo público (la otra opción era patentarlo y hacerme multimillonario) en un acto de infinito desprendimiento, sólo comparable a mi grandiosa modestia, para que millones de seres humanos puedan beneficiarse de ello: ¡He descubierto el secreto de la «eterna juventud»!

Si está parado, siéntese; si está sentado, sujete el dispositivo con una sola mano, y con la otra agarre bien fuerte la silla, para que no se me caiga de la impresión. Aquí voy, a la una, a las dos y a la tres…

¡PÓNGASE EN MOVIMIENTO!

Todos conocemos perfectamente los beneficios de la actividad física para nuestra salud corporal y mental. «Mente sana en cuerpo sano».

Durante mis años de cuidador, llegué a conocer a no pocos ancianos japoneses que ostentaban una condición física bastante buena para su edad. Asimismo, recurrentemente veo a mi alrededor adultos muy mayores, sumamente activos. Valga decir que ya había observado ese hecho durante mi estadía de 4 años en China (2002 – 2006), donde era normal ver a ancianos ejercitándose en lugares públicos, ya sea en grupo o individualmente. Entre las actividades más populares se cuentan: aeróbicos, taichi (y otras artes marciales. llegué a ver a unos cuantos abuelos practicando una especie de kung fu con escoba, ¡mientras barrían! jajaja), bailes tradicionales, bailes contemporáneos (vals y ¡tango! Si vuelvo a ir, intentaré popularizar la Salsa…), ejercicios con aparatos, patinaje con ruedas y pare usted de contar.

En el caso de Japón, aparte de disciplinas individuales como ciclismo, trote y otras, las personas de la tercera edad tienden mayormente a formar clubes deportivos y de actividad física al aire libre, en general. Comúnmente se les ve practicando softbol, fútbol, tenis, bocha, croquet, senderismo y caminata, por ejemplo.

De hecho, decidí escribir este artículo debido a algunas experiencias que he tenido en Japón. En un hogar de ancianos conocí a una abuelita, casi en sus 90, que era una «maquinita de hacer oficios». Andaba en silla de ruedas, pero eso no le impedía ir de aquí para allá cual hormiguita, a todas horas, ayudando al personal en sus rutinas diarias; dándonos órdenes cual superiora, jajaja.

En otra oportunidad vi a una señora muy mayor – también rondando los 90 – montando bicicleta, y quien, al bajarse de la misma, tuvo que recurrir a un bastón porque caminaba con muchísima dificultad, sumamente encorvada.
Más recientemente, el mes pasado, jugué un poco al softbol con unos abuelos de mi comunidad, y, como suele ocurrir – las contadas veces que puedo hacerlo – me encontré con un par de beisbolistas «setentones» bastante más habilidosos que yo.

Si comparo esas experiencias con lo que vi desde niño en mi país, Venezuela (y en otros pocos países del mundo), podría concluir, sin temor a equivocarme, que los japoneses – y los asiáticos en general – son culturalmente muy propensos a mantenerse físicamente activos en la vejez.

Todo este rodeo «antropológico» es para que afiancemos ese conocimiento que ya todos tenemos: El movimiento, la actividad física regular es requisito sine qua non para disfrutar de una vejez con mayor salud corporal y, por ende, mental.

Ayudemos a nuestros viejitos a vivir una senectud activa, productiva, plena, feliz. Si están bajo nuestro cuidado directo, es para nuestro beneficio también, huelga decirlo.

Y pensemos también en nosotros mismos, por supuesto. Muy seguramente, todos quisiéramos llegar a viejos sintiéndonos «jóvenes eternos», enteritos, simpaticones, bailando Salsa, Merengue, Cumbia, Samba, Tango, Reguetón, y lo que nos pongan.


ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: El militar comprensivo

abril 13, 2021

Me sobran razones para admirarlo: Su conducta recta; su responsabilidad para el trabajo, su elevado altruismo, su inteligencia, su solidaridad con los intereses de nosotros sus hijos, entre otras tantas. Pero, hay una cualidad suya que siempre le valoré especialmente en vida: Su gran respeto por nuestra individualidad.

Pero, hablaré de mi caso particular.

Podría decirse que soy una persona poco convencional, sin caer en el extremo. Condición que se acentuó más en mis años universitarios. Por ejemplo, recuerdo que a mediados de la carrera me dio por imitar el estilo de un popular cantante de la época, haciéndome una “colita” en el cabello. Más adelante, se me ocurrió probar suerte como stripper en despedidas de solteras, lo que se convertiría en mi principal fuente de ingresos (y de diversión) por los siguientes 4 años. Posteriormente, trabajé un par de años como animador de espectáculos nocturnos…

Esto no tendría nada de particular, a no ser porque mi papá, quien era bastante más conservador que yo, era también militar, oficial de las fuerzas armadas, con el grado de coronel.

Yo suponía entonces que a él no le agradaban mucho mis ocurrencias (ni a mi mamá tampoco). Pero, salvo por algunas conversaciones de sobremesa acerca de mis shows, nunca me dijo nada. Esto era muy significativo, tomando en cuenta su moralismo y su fuerte carácter. De hecho, a veces cuando nos mandaba a mis hermanos y a mí a hacer algo se le salía lo militar.

Creo que nunca me hizo señalamientos sobre esos asuntos porque ambos coincidíamos tácitamente en que si bien mi actitud era algo irreverente, no constituía ningún perjuicio para nuestra familia. De lo contrario, yo no lo hubiera hecho, y él tampoco lo hubiera permitido.

En el caso específico del strip-tease y la animaciónhoy, en retrospectiva, me recrimino bastante a mi mismo muchos aspectos de esos trabajos. Pero, en aquel momento, como adulto responsable, al menos procuraba ser transparente, honesto y respetuoso con mi familia sobre esas actividades. Y siento que mi papá también, al menos, agradecía eso y me entendía.

Apenas dos años atrás, durante nuestras vacaciones decembrinas en Venezuela, mi mamá recordó en una de tantas conversaciones familiares, a modo de broma, que ni a ella ni a mi papá les gustaba para nada mi look de “mataor”, y que de hecho les incomodaba bastante. ¡Y pensar que llegué a acompañarlos así a innumerables actividades familiares y sociales!

Esa confesión de mi mamá, vino a confirmar mi vieja sospecha de que mis padres cuestionaban en secreto aquel excéntrico corte de cabello (y muy probablemente mi faceta de «animador»). Pero sobre todo me sirvió para reafirmar, casi 20 años más tarde, el profundo sentimiento de amor y respeto hacia mi padre por haberme amado y respetado él a mí también como su hijo y como persona.