Historia de una ex madre agresora

enero 25, 2011

         

(Los nombres y las situaciones fueron cambiados para proteger a las personas. Cualquier parecido con la realidad es sólo coincidencia)

           “Ana” es la madre de un niño en edad escolar. Ella admitió que le pegaba a su hijo cuando este “se portaba mal”, y que, en ocasiones, presa del enojo, lo golpeaba fuertemente.

Disciplinar a los hijos mediante la agresión física constituye maltrato infantil, lo que, a su vez, actualmente es considerado como un hecho penal. Así se lo hicimos saber a “Ana“, claramente, sin tapujos. Pero también le expresamos oportunamente nuestro agradecimiento y reconocimiento sinceros por la honestidad y la valentía que tuvo al hacernos tan difícil confesión.

Desafortunadamente, durante su infancia, “Ana” también era castigada físicamente por sus progenitores, lo cual pudo hacerle pensar que la violencia física era un medio válido para castigar al hijo. Aunado a eso, ella tiene serias dificultades para manejar el estrés, lo que hacía que los accesos de rabia hacia su hijo fueran peligrosamente frecuentes. Pero hay más factores negativos. “Ana” manifiesta que el niño “vino al mundo por accidente”, y que el padre (quien también lo golpeaba a discreción) era un “bueno para nada”. Evidentemente, la maternidad no fue un evento muy deseado por ella; no estaba preparada para ser madre, por lo que la vida junto a su hijo desembocó mayormente en un sinfín de obligaciones tortuosas, y no en gratificantes actividades materno-infantiles. Además, “Ana” hasta hace poco se negaba a aceptar que la inestabilidad  del niño fuera el resultado del entorno caótico donde creció, y eso le impidía ver claramente la gran cuota de responsabilidad que ella tiene en esa conflictiva situación familiar. Por eso, ella única e injustamente responsabilizaba al hijo de su “mala conducta”, y llenaba sus días con reproches y castigos, incluido el maltrato físico.

En este caso, nuestra posición era delicada. Debíamos ser en todo momento empáticos, solidarios y leales. Pero al mismo tiempo sentimos que, en cierto modo, éramos responsables del bienestar su hijo (y de todos los niños en la comunidad), y que debíamos hacer lo justo y necesario para garantizar la seguridad integral de éste, incluyendo la exhortación a que ella buscara orientación profesional para sí misma («Ana» llevó el niño a un psiquiatra quien le prescribió unos sedantes), y, si era preciso, denunciar a la madre agresora.

En efecto, a “Ana” le fue hecha esa advertencia debidamente, de manera por demás conciliadora, huelga decir. Dejando claro que nuestra finalidad última no era acusarla para que sea castigada, sino proteger tanto al niño como a ella misma, de una hipotética e indeseada tragedia, a consecuencia de un empeoramiento de las agresiones a su pequeño.

 Pero, afrotunadamente, pudimos constatar que nuestras advertencias a “Ana”, Dios mediante, quedarán sin efecto. A pesar de los muchos factores adversos mencionados anteriormente, ella es esencialmente una mujer buena, de corazón noble y generoso, que está comprendiendo que el comportamiento irregular de su hijo, producto de una deficiente orientación familiar, es el grito desesperado de su inocente alma infantil pidiendo amor y atención. Ella está apelando a su sabiduría interior para aceptar que lo que necesita su muchacho, con carácter de urgencia, es la presencia de su mamá. Pero no la esporádica y violenta (aunque para él “peor es nada”), sino la constante y amorosa. Porque el cuidado esmerado de los padres actúa en los hijos como un potente bálsamo que todo lo regenera, y es un derecho inalienable de todos los niños, consagrado en las leyes de Dios y de los hombres.

Hace algunos meses nos encontramos por casualidad con “Ana” y su hijo; nos parecía estar viendo a un familia distinta. Pero, en realidad no nos sorprendió mucho esa cambio tan marcado y esperanzador. Sabemos bien de que fibra está hecho el corazón de esa mujer y madre; conocemos de sobra los milagros de amor que, a partir de hoy y para siempre, hará por su adorado hijo, por ella misma y por todos sus semejantes. 

 

Ángel Rafael La Rosa Milano

«El sol brilla siempre dentro de ti»