ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: Sabio consejo

junio 14, 2014

Mis muy estimados Soleros, la siguiente anécdota se la dedico a mi amado difunto padre y a todos los padres buenos del mundo en su día (2014). ¡Felicidades!

Consejo paterno

Confieso que siempre me costó admitir abiertamente cuando mi papá me daba un buen consejo. Y no es que yo fuera incapaz de identificarlo como tal. En el fondo, sabía que su sugerencia era lo más conveniente. Tal vez lo que ocurría es que él tenía un caracter si se quiere muy “mandón” (el mío tampoco es muy fácil que digamos), y cuando me aconsejaba yo sentía más bien que me estaba dando órdenes.

De cualquier manera, eso no impedía que de tanto en tanto yo acudiera a él con algún asunto personal, buscando su orientación. Al fin y al cabo, yo lo respetaba y amaba muchísimo como padre y ser humano.

Teniendo yo como 35 años, un día, durante una conversación de sobremesa, le manifesté que de pronto estaba sintiendo preocupación por cómo criar a mis futuros hijos (en caso de que los tuviera), y le pedí alguna recomendación, en su condición de buen padre de tres.

Mis temores no tenían que ver con la formación de una familia como tal. Primero, porque aunque mi prolongada y amena soltería (que se extendería hasta los 40) y mi sempiterna renuencia a tener novia formal indicaran lo contrario, siempre me visualicé felizmente casado. Segundo, porque aunque nunca tuve ningún apuro en tener hijos, siempre me han fascinado los niños.

En resumen, mi naturaleza, a pesar de las apariencias, es hogareña, lo cual, imagino que se deba, en buena parte, a que eso fue lo que vi en mi casa: un matrimonio y sus tres hijos, viviendo bajo el mismo techo, en la unión familiar.

De todas formas, sí recuerdo que en mis años de soltero, estaba totalmente convencido de que ese era el “estado ideal del hombre”. Hasta que me casé y tuve a mi hija. Y ahora no cambiaría por nada del mundo mi situación de esposo y padre enamorado.

Todavía, hoy, tengo más presente que nunca la respuesta de mi papá a aquella inquietud mía sobre la crianza de los hijos. “Dales mucho amor y buen ejemplo”, me dijo, simplemente.

Esas palabras, tan sencillas y profundas a la vez, constituyen, sin duda, uno de los consejos más sabios y útiles que he recibido en toda mi vida.

Conociendo a mi papá como lo conocí, sé que la única retribución que él esperaría por ese invaluable consejo es que lo ponga en práctica con su adorable nieta japonesa (a la que no disfrutó aquí, pero quiero creer que lo hace desde el “más allá”).

Huelga decir que, desde que ella nació, mi amada esposa y yo nos esforzamos a diario por poner en práctica esa amorosa filosofía. Y aunque no somos perfectos y nos equivocamos humanamente, esa fórmula de amor y ejemplo en su formación está dando muy buenos resultados, gracias a Dios.

Papá, no quiero finalizar, sin agradecerte con el corazón por aquel acertado consejo paterno. Por cierto, mil gracias, también, por haberlo aplicado conmigo y mis hermanos.

Bendición Papá. Te amo.

Ángel Rafael


ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: El tenor… en la ducha

junio 17, 2012

Para todos los felices y orgullosos papás del mundo (2012): ¡FELIZ DÍA DEL PADRE!

El tenor…en la ducha

Si alguien personifica cabalmente eso de “cantar bajo la ducha” es mi difunto padre. Incapaz de cantar en público por su timidez para lo histriónico, se transformaba en todo un tenor a la hora del baño.

Singing in shower

 Y, en honor a la verdad, además de su carácter reservado, tenía cierto “problema de oído”. A mi papá le resultaba sencillamente imposible cantar “sobre” una canción determinada. Siempre que trataba de seguir una (tenía que gustarle demasiado para atreverse a hacerlo con gente cerca) o se atrasaba o se adelantaba mucho, por lo que al final la música iba por un lado y él por otro. Ni hablar de cantar solamente con el acompañamiento musical. En los 37 años que vivimos juntos, ¡lo vi haciendo eso sólo una vez! Pero esa anécdota merece un escrito aparte, otro día.

 Como digo al principio, aquel tipo más bien discreto, bajo la regadera se volvía un señor cantante. Y es lógico, porque su problema era únicamente con el ritmo, no con la melodía. Por el contrario, era bastante melodioso y, paradójicamente, tenía una tremenda voz de barítono, muy bien timbrada. O sea que en la privacidad de las cuatro paredes del baño, sin las ataduras rítmicas que le imponían los temas grabados, mi papá se soltaba a cantar libremente, a sus anchas, ofreciéndonos frecuentes y memorables conciertos.

Recuerdo que un buen día, comenzó a cantar también en la cocina. Él y yo éramos los lavaplatos oficiales de la casa, sobre todo por las noches y fines de semana, cuando no estaba la señora de servicio. Así que a veces mi papá se ponía a fregar poco después de la cena, a la hora en que todos nos retirábamos a nuestras respectivas actividades del final del día, porque sabía que se quedaría solo en la cocina por un buen rato, el suficiente para uno de sus recitales.

Pero este recuerdo tan grato es apenas la introducción de la anécdota paterna que quiero contarles hoy.

 Una tarde, al regresar a la casa, de mis clases en la universidad, recibí una de las mayores y más gratas sorpresas de toda mi existencia. Mientras subía las escaleras para dirigirme a mi cuarto, escuché al cantante lírico Angelo Rosi (por el parecido con Ángel La Rosa) en una de sus interpretaciones habituales. Esto no tendría nada de particular, excepto porque estaba cantando una canción compuesta por mí. Nunca imaginé que algo así pudiera ocurrir: ¡Mi papá cantando una de mis canciones! de principio a fin, con la misma gracia y el mismo entusiasmo que cantaba otros tantos temas de su predilección. “¿En qué momento se la había aprendido?”; “No sabía que le gustara tanto”; “la canta como si la conociera desde siempre”; “ojalá yo tuviera esa voz”; “Escuchar mi canción en ese estilo mezcla de Sinatra con Sadel es alucinante”; «que increíble sorpresa»; «le agradezco con todo mi corazón»…

(Aquí pueden ver el video Youtube de esta canción)

Por si fuera poco, no me había recuperado de la impresión y de la tremenda emoción que me produjo aquel momento, ¡cuando mi papá comenzó a cantar otra composición mía!

(Aquí está el video YouTube de esta otra canción)

Si al recordar y escribir esto lloro. Naturalmente. Imagínense, amigos, todo lo que sentí ese día. Sobran las palabras…

Mi amado padre no era la persona más expresiva a la hora de mostrarnos sus afectos, pero con gestos como el de aquel día inolvidable nos decía todo y más. Esa tarde, durante uno de sus tantos conciertos bajo la ducha, mi papá me dijo claramente lo mucho que le gustaban mis canciones; lo mucho que valoraba mi modesto intento de hacer música,  lo mucho que me amaba.

Papá, en todo estos años, alguna que otra vez he escuchado varias de mis canciones en las voces e instrumentos de algunos de mis amigos músicos, lo cual, como es de suponerse, me ha hecho sentir sumamente feliz y agradecido. Pero debes saber que nunca más volveré a sentir lo que sentí al oír tu maravillosa versión, la más pura expresión de tu amor de padre.

Gracias papá, te amo tanto. Bendición.

Tu hijo, Ángel Rafael


Día del Padre: una anécdota para pensar… en ángeles

junio 19, 2011

Esta anécdota tiene 2 propósitos: Uno, homenajear a mi amado difunto papá en el Día del Padre, dos, relatar un hecho que, en mi opinión, confirmaría la existencia de «algo» superior que nos protege, de «ángeles guardianes».

Una vez, mi papá me acompañó a comprar unos instrumentos musicales en la ciudad de Barquisimeto, capital del centro-occidental estado Lara, en Venezuela.

 Al regreso de aquella breve pero muy productiva estadía de 2 días, debimos transitar de noche por un tramo carretero en extremo peligroso (con un elevado índice de accidentes viales, muchos de ellos trágicos). En ese momento nos encontrábamos a mitad de camino – unas 3 horas – de nuestra casa ubicada cerca de Caracas. En esa zona, la carretera de doble vía – un canal de ida y otro de venida – era sumamente angosta, y no tenía muro separador. De noche su peligrosidad aumentaba considerablemente, porque era cuando podían transitar los vehículos anchi-largos de carga pesada, como camiones y gandolas.

Mi papá y yo sabíamos que era un pasaje de cuidado, pero decidimos proseguir – extremando las precauciones – porque estábamos relativamente cerca de nuestro destino; queríamos dormir en la casa. Además, era mi turno al volante, y al momento de relevar a mi papá le manifesté que me encontraba en “perfectas condiciones para manejar”. Pero aquella parte del recorrido (Aprox. 1 hora) resultó bastante más difícil de lo que yo esperaba. Calcular, en lo oscuro, los espacios y los tiempos para adelantar – por el canal de venida – a los camiones muy lentos era una maniobra sumamente riesgosa, sobre todo por el incesante flujo de “anchi-largos” en sentido contrario, con sus potentes luces que encandilaban. Varias veces, también, tuve que detenerme completamente, a la orilla de la vía, por temor a chocar de frente con algún camión. Pero esa acción no era nada segura, porque igualmente corría el riesgo de ser impactado por los vehículos que venían detrás de mí.

 A todas estas, mi papá estaba durmiendo, sin enterarse de nada. Pero, yo no quería despertarlo. De vez en cuando, el estrépito de alguna gandola gigante interrumpía su sueño; él abría los ojos por 2 segundos para preguntar “¿todo bien?”, y tras mi respuesta de “sí, todo bien”, seguía durmiendo plácidamente.

En un momento comencé a sentirme muy estresado y temeroso. Pero, por cuestión de hombría – estupidez, más bien – no quise decirle nada a mi papá. Además, estaba determinado a completar aquel tramo infernal, para llegar a la casa lo antes posible,y descansar debidamente en mi anhelada cama. Pero había otra razón para no despertarlo: A decir verdad, él no manejaba muy bien que se diga. De hecho,  entre familiares y amigos tenía una bien ganada reputación de conductor distraído (aunque absolutamente respetuoso de las leyes de tránsito), de ahí que la opción de que él me relevara en condiciones tan duras, para mí no existía. Pero, conociéndolo, sabía que él se empeñaría tercamente en manejar, y yo me opondría con igual terquedad. Valga acotar, que yo tampoco me he distinguido nunca por mi pericia al volante. Y de no ser por los 10 años que tengo sin conducir (el tiempo que llevo en Asia) hace tiempo hubiera roto el récord de accidentes de tránsito mi papá. Pero, al menos, yo era mucho más joven que él, y en teoría mi vista, mis reflejos y mi resistencia eran mejores.

En medio de aquella preocupante situación, yo no paraba de rezar por nuestra seguridad y por la estación de servicio más cercana. Afortunadamente,  por fin apareció una. ¡Que alivio! Yo necesitaba aquel descanso urgentemente. Aprovechamos esa parada para estirar el cuerpo, refrescarnos, y poner algo ligero en el estómago, tras lo cual mi papá, creyendo aun que todo estaba perfectamente bajo control, aceptó sin objeciones mi indicación de reanudar la marcha, y de que yo siguiera manejando.

 Pero, ocurrió algo inesperado… el carro no prendía. Es verdad que era un modelo más bien viejo, y que presentaba fallas diversas con cierta frecuencia, pero en todo el viaje, desde que salimos de la casa hasta ese momento, no había dado ni el más mínimo problema; se portó de maravilla. Primero, mi papa y yo intentamos encontrar el desperfecto por nuestra cuenta, pero, nuestros conocimientos de mecánica automotriz eran bastante elementales – por no decir nulos – y no tuvimos éxito. Pero felizmente estábamos en una estación de servicio, y con toda seguridad alguien nos auxiliaría. Eso pensamos nosotros. Mas no fue así. Es decir, muchas personas trataron amable y arduamente de arreglar el carro (desde mecánicos de profesión empleados de la gasolinera, hasta algunos camioneros que estaban descansando), pero nadie logró dar con la solución. Todos estaban sorprendidos. Algunos, incluso, se lo tomaron como una cuestión de honor, ya que tenían vasta experiencia resolviendo a diario problemas mucho más graves. Pero todo fue inútil. Lo que lucía como un problema sencillo se convirtió en un verdadero misterio.

Poco a poco todos se fueron retirando – algunos visiblemente frustrados y apenados – prometiendo que en la mañana, más descansados, encontrarían la solución. En esa situación, lo único que podíamos hacer mi papá y yo era tener calma y paciencia, y esperar hasta el día siguiente, por lo que llamamos a la casa para informar sobre lo sucedido. Además, eran como las 2 de la madrugada; apenas faltaban 3 horas para que amaneciera, así que nos pusimos a descansar dentro del carro, resignados, aunque más tranquilos.

Por cierto, recuerdo que, a pesar de mi determinación por dormir en mi cama aquella noche, me alegré mucho – secretamente – por tan inesperado como oportuno desenlace. Yo calculaba que aun faltaban unos 30 minutos de aquella terrorífica carretera, y la posibilidad de transitarla de día de pronto me pareció una bendición.

Después de aquel corto pero reponedor descanso, nos levantamos al cantar el gallo, con ánimos renovados, para buscar la forma de resolver el problema. Mientras esperábamos que se hicieran las 6 (hora de inicio del servicio de reparaciones), nos aseamos y desayunamos con calma. Recuerdo que puse la llave en el encendedor (sólo por si acaso) y traté de prender el carro. Y ocurrió lo impensable… ¡prendió de a toque! como sacado de agencia.

Imaginen, amigos lectores, nuestra perplejidad, y la de quienes trataron de ayudarnos la noche anterior. Pero, principalmente, saquen sus propias conclusiones sobre tan curioso incidente. Es como para ponerse a pensar, ¿no?

No hace falta decir lo alegres que nos pusimos mi papá y yo al oír el glorioso sonido del motor arrancando al primer intento.

Durante el tiempo que tardamos en llegar a la casa, le conté a él la verdad de aquella peligrosa experiencia. Tras mostrarme su preocupación paternal y recriminarme por no haberlo puesto al tanto de lo que ocurría, ambos coincidimos en que aquello tenía que ser una señal, un milagro.

 Todas las anécdotas de mi papá tienen un inmenso valor en mi vida; me mantienen cerca de él todos los días. Pero esta en particular es muy especial, porque siento que, a través de ese inexplicable acontecimiento, los dos nos mantendremos aun  más unidos espiritualmente, por toda la eternidad.

Dame la bendición, amado papá.

Para ti, y todos los padres del mundo,

¡FELIZ DÍA DEL PADRE!

Ángel Rafael La Rosa Milano