Hija, yo me porté mal: Maltraté a un gato

febrero 24, 2012

Maltraté a un gato

Mi princesita, es verdad que muchas de nuestras equivocaciones de niños son producto de la inocencia infantil; de la falta de experiencia en la vida. Pero, estoy seguro de que si te hablo oportunamente de mis propios errores de la infancia, y te explico claramente por qué no debí hacerlos, podrás entenderme, y evitar repetirlos.

 Cuando yo tenía unos 6 años, siempre me reunía con los amiguitos de mi edificio, por las tardes, después de la escuela, igual como hacen los niños de esa edad – y mayores- aquí en Japón y en muchas otras partes del mundo.

 Recuerdo que había un gato que siempre estaba cerca de nosotros cuando jugábamos, porque le gustaba mucho que lo acariciáramos. Ocurrió que un día uno de nosotros tuvo la muy mala idea de agarrarlo por la cola y lanzarlo muy fuertemente por el aire, igual que esa cosa pesada (“martillo”) que lanzan algunos deportistas en las competencias que papi ve a veces en la tele. El indefenso animal chilló mucho cuando estaba sujeto por la cola, y después cuando cayó muy duramente al piso.

No fui yo quien maltrató al gato. Pero eso no importa; yo compartí aquella fea maldad, así que también comparto la culpa.

 Aunque lo que pasó parezca una tontería; una simple travesura de niños, me produce cierta tristeza  y arrepentimiento, pensando en el miedo y el dolor que sintió aquel pobre animalito.

 Como bien sabes ya, hija querida, nunca bebemos lastimar a los animales (a menos que sea la única solución para defendernos de algunos muy peligrosos, grandes o pequeños que vayan a lastimarnos a nosotros, o que los necesitemos como alimento. Pero aun si el propósito es alimentario los humanos deberíamos evitarle el sufrimiento, cosa que no hacemos). Tu mamá y yo te lo hemos dicho desde que eras muy pequeñita, sobre todo cuando te llevábamos al parque, y te decíamos los nombres de todos esos animalitos chiquititos (insectos) que tanto te atraían.

 Mucha gente piensa que tu mami y yo exageramos cuando te recordamos, de tanto en tanto,  que por favor no mates insectos y demás animalitos (hormigas, mariposas, escarabajos, gusanitos, cigarras, etc.) por pura diversión. Pero te hemos explicado que para nosotros la vida humana, animal e incluso vegetal, es la obra más importante de todo el universo, y que tanto los animales como las plantas tienen su función en la naturaleza. Por ello debemos respetarlos y protegerlos, siempre que nos sea posible.

 Un día hasta tu mamá se sorprendió cuando le pedí que no matara a esos pequeños insectos voladores que rondan los desperdicios de comida en el lavaplatos, sobre todo en verano; esos que parecen mosquitos miniatura, pero sólo persiguen a la comida, no a la gente. Por cierto, hija, tú sabes bien que los mosquitos sí nos hacen daño al picarnos, y las moscas transmiten enfermedades en sus patas, por lo que hay que matarlos. Pero volviendo a los “avioncitos” de la comida, yo le explicaba un día a mami que últimamente cuando veo a alguno de esos animalitos inofensivos rondando la cocina, trato de imaginarme cómo sería ser uno de ellos (prometo que no estoy bromeando, jajaja), viendo el mundo que me rodea desde mi minúsculo cuerpecito, y con mi gran visión periférica, en busca de alimento. E imagino lo triste que sería que siendo yo ese animalito, de pronto venga alguien y ¡zas! acabe con mi existencia de una sola palmada…

 Claro que hay una diferencia muy grande entre lastimar a una hormiga que a un gato. Los gatos y demás animales domésticos tienen un nivel de inteligencia – se ha demostrado que también tienen su forma particular de sentimientos – que les permite convivir con nosotros los humanos, al punto de hacernos compañía y ayudarnos. Y precisamente por eso es tan importante que aprendamos a quererlos y cuidarlos.

 Así que, hija linda, si algún día ves a algún amiguito matando insectos sólo por divertirse, o lastimando mascotas (como hicimos mis amiguitos y yo con aquel gato indefenso), por favor dile de buena manera, pero con firmeza que no es una buena idea; que ellos no hacen daño a nadie; que los dejen vivir.

 Posiblemente, no te hagan caso. Pero no importa, mi preciosa. Primero, porque lo que hacen no es algo grave, en realidad, aunque a tu mamá y a mí no nos guste para nada. Segundo, porque son niños como tú y sencillamente, igual que pasó conmigo cuando tenía esa edad, no ven nada malo en eso; han aprendido que es una diversión más.

 Lo importante, mi vida linda, es que nosotros sí tratemos de proteger a los animales en todo momento. Esa será nuestra pequeña contribución para que este sea un mundo más bonito para ellos. Y para nosotros también.

 Papi


Reflexiones carnestolendas

febrero 22, 2012

(El siguiente es un artículo de mi autoría titulado originalmente «Carnavales de Carúpano: Mis dudas y esperanzas», el cual fue  publicado anteriormente, el 24 de enero de 2010, en otro blog que administro. Aunque se refiere específicamente a los Carnavales de Carúpano, en mi país Venezuela, lo que allí describo podría bien reflejar la realidad de otras fiestas carnestolendas latinoamericanas, por lo que decidí compartirlo, con mis amables «Soleros». ¡Felices Fiestas de Carnaval! Y como sorpresa carnavalesca les anexo un video casero al final del texto). 

Para bien o para mal, nunca he disfrutado de unos carnavales en Carúpano, pintoresca ciudad del estado Sucre venezolano. Es bastante paradójico, considerando mi marcado gusto por nuestras fiestas populares y por esa región del país; que mi difunto padre y familia son carupaneros, y que mi abuelo paterno fue, en vida, un infatigable animador de su carnaval. Hay una foto donde sale él muy orondo, luciendo un colorido traje de payaso que le regaló mi mamá, confeccionado por ella misma. Cuentan que ese año mi abuelo Ángel fue la sensación.

     Mis dudas

Entre otras razones para no haber conocido ese importante y festivo evento, están mis sentimientos encontrados hacia el mismo. Comenzaré por lo malo. Hace unos 10 años, un familiar mío perdió la vida en Carúpano, por arma de fuego, en plena celebración del carnaval. Apartando la desgracia que esa muerte trajo a mi familia, fue un hecho que puso en evidencia una alarmante situación de inseguridad y peligro, donde la violencia y el crimen también sacaron su comparsa a las calles.

No sé, a ciencia cierta, si fue un incidente aislado, o el resultado de un estado de inseguridad generalizado. Lo cierto es que tragedias como esa castigan injustamente a familias enteras y ponen una sombra de miedo y desconfianza sobre las fiestas, empañando el trabajo que, por generaciones, ha hecho el alegre y hospitalario pueblo carupanero para brindar unos bonitos carnavales a su gente y a todo el país.

Hay otro aspecto negativo. Por años, escuché a través de parientes y amigos que durante la fiesta, tradicionalmente ALGUNOS representantes de la comunidad gay de la ciudad, y demás regiones del país, se extralimitaban en sus expresiones de contento, mostrando públicamente comportamientos reñidos con la moral y las buenas costumbres, lo cual ahuyentaba a un número importante de asistentes, entre locales y foráneos. Entiendo que este es un tema delicado. Mi comentario no es una crítica disfrazada a la homosexualidad como tal. De hecho, pienso que sin importar nuestra orientación sexual, nuestras libertades nunca deben estar por encima de las normas básicas de convivencia ciudadana. Además, dentro del mayoritario sector heterosexual de la población, abundan los casos de inmoralidad en público, los cuales también deben ser denunciados, por el bien de todos. Lo que ocurre es que en una sociedad como la venezolana, más bien conservadora (comparada con otras más liberales de Europa, por ejemplo), reaccionamos más duramente cuando los involucrados son homosexuales. Dos dichos nuestros reflejan mi posición definitiva sobre este asunto: “En el mundo hay de todo y para todos” y “todo en exceso es malo”.

     «Grito» inspirador

Ahora, lo positivo; lo que realmente quiero resaltar aquí, y mi principal motivación para escribir sobre los Carnavales de Carúpano.

Como digo al principio, por cosas del destino no he asistido a los carnavales de la alegre ciudad sucrense. Aunque sí tuve la fortuna de ver algunos de los preparativos para el gran evento. Antes de establecerme en Asia, generalmente iba a casa de la familia en Carúpano con mi papá (su alma ya debe estar velando por los suyos en estas fiestas de 2010), poco antes o poco después del Año Nuevo, por lo que un par de veces el viaje coincidió con el Grito de Carnaval, los primeros días de enero. Entonces, me impresionaron realmente unas muy vistosas y bien acopladas bandas-show escolares, algunas con percusionistas chiquiticos, ¡de hasta 5 años de edad!, y con “batutas” también muy jovencitas, con impresionante habilidad. Asimismo, fui afortunado al ver la elección de la reina de nuestro sector, y constatar muy complacido que mis primos participan de lleno en la organización de esos eventos, incluyendo el diseño y confección de las elaboradas y exóticas “fantasías” lucidas por las bellísimas candidatas.

En relación a las agrupaciones musicales, los asiduos visitantes del Carnaval de Carúpano y los propios carupaneros están acostumbrados a esas refrescantes y emocionantes imágenes, pero, yo, personalmente, desconocía que existiera en Carúpano, desde hace muchos años, un sistema de bandas estudiantiles tan consolidado y vibrante. De hecho, la inspiradora escena de esos nños y jóvenes tan talentosos y esforzados originó en mí estas reflexiones, que permanecieron en el «tintero» por varios años, esperando el momento apropiado para ser compartidas.

     Mis esperanzas

Detrás de ese importantísimo movimiento socio-cultural, directamente asociado al carnaval, hay un factor esencial que lo hace posible y lo potencia, y que es, quizá, el patrimonio más grande y valioso de Carúpano: La alegría del carupanero. Los carupaneros se cuentan entre las gentes más alegres del país. Su alegría es famosa, y es uno de los pilares de su idiosincracia. En consecuencia, yo me siento orgulloso, bendecido – y alegre, claro está – por tener sangre carupanera en las venas.

El espíritu festivo de un pueblo puede transformarse en fuente inagotable de felicidad y prosperidad. Pero, al igual que ocurre con los ríos muy caudalosos, es aconsejable canalizarlo para obtener de éste el máximo beneficio. También podemos ver la alegría como la materia prima que necesita ser procesada y mezclada con otros productos para que podamos consumirla. En esta sencilla comparación, las plantas procesadoras serían la familia, los centros educativos, las organizaciones culturales, y demás instituciones. Y los otros productos serían la educación, la disciplina, la integridad, el trabajo, etc..

Por ejemplo, el Carnaval de Río (sin pretender hacer comparaciones odiosas), la fiesta más grande y fastuosa del mundo entero, tiene en la proverbial alegría del pueblo carioca su recurso más cuantioso. Pero, una celebración de magnitudes tan colosales no podría concebirse sin cantidades igualmente gigantescas de organización y trabajo.

Pero, volviendo a mi querido y recordado Carúpano, me emociono con el simple recuerdo de los muchachos que integran las fantásticas bandas musicales, entregados en cuerpo y alma a la impecable ejecución de sus instrumentos y coreografías. Y me regocijo, igualmente, pensando en lo atareados y contentos que han de estar ahora mis primos organizando la muy llamativa elección de su reina. Todos hacen la fiesta del carnaval, y también hacen patria, al mantener vivas nuestras ricas tradiciones.

Ahora, como entonces, tanto esos chamos comparseros como mis familiares me hacen sentir un orgullo incontenible por mi identidad venezolana y mi origen carupanero.

Sigamos poniendo tamborcitos, trompetas y disfraces en las manos y el corazón de nuestros pequeños, y enseñémosles «moral y luces», para que con el don divino de su alegría convertida en carnaval formen bonitas comparsas de bienestar y progreso, para su amado Carúpano, Venezuela y el mundo.


ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: Abuelo deportista

febrero 9, 2012

El 11 de febrero, mi amado difunto padre cumple un año más de existencia en los mundos infinitos. Así que, en su memoria, aquí va otra anécdota suya.  Bendición papá.              

Hasta donde alcanzo a recordar, siempre me ha gustado ejercitarme y hacer deporte. Es una constante en mi vida. Y aunque no puedo presumir de haber sido un deportista destacado (apenas gané un puñado de medallas en primaria y secundaria), sí me vanaglorio de tener bastante actividad deportiva desde niño, y de mantenerme en forma actualmente, lo cual, en mi opinión, ha redundado en una existencia más plena. 

Hoy, cuando busco en mis recuerdos infantiles y juveniles escenas gratificantes de mis pasatiempos deportivos, puedo ver claramente que mi gusto por la actividad física se lo debo, en mucho, a mis padres. Mi madre, una auténtica cheerleader de sus 3 hijos, es conocedora de los inmensos beneficios de la práctica deportiva para la salud mental y corporal. Mi padre, un “entrenador” nato (por su tendencia a mandar, como buen militar), también disfrutaba mucho los deportes, y era inmensamente feliz jugando cualquier cosa con nosotros. 

Precisamente, esta anécdota nace de uno de esos bonitos recuerdos infantiles. Yo estaba en 6to grado (el último de primaria), con 11 años de edad, y mi colegio organizaba una de sus acostumbradas y animadas verbenas familiares, con las típicas actividades culturales y deportivas donde los inquietos escolares muestran sus muchos talentos a sus muy orgullosos padres. 

Por aquellos años, mi colegio se destacaba en voleibol masculino, por ser la especialidad de nuestro profesor de deportes. Cabe destacar que después de terminar la primaria visité el colegio con cierta frecuencia (justamente durante las verbenas), siendo la última vez en 2007, ¡y en esos 30 años, el profesor era el mismo! También quiero aprovechar para “hacerle una propagandita” a mi hermano menor (le llevo 4 años), quien, por su rendimiento sobresaliente en las competiciones de voleibol inter-escuelas, en una oportunidad fue llamado a representar a nuestro estado en unos juegos infantiles nacionales. Durante mis visitas, el “eterno” profesor siempre me repite: “Tu hermano es, tal vez, el mejor deportista en la historia del colegio”. 

Y volviendo al protagonista del cuento, me gusta muchísimo recordar que en aquella feria escolar los padres fueron invitados expresamente a jugar voleibol junto a sus hijos, y que mi papá aceptó muy presto y solícito, como era de esperarse. Calculo que para esa época él tendría unos 37 años de edad, y aun exhibía unas condiciones físicas bastante decentes; todavía se “defendía”, como decimos en Venezuela, significando que a pesar de los años aun podemos desenvolvernos más o menos bien. Por cierto, el voleibol también era el deporte predilecto de mi papá. Y mi hermana menor no se quedaba atrás. Definitivamente, la cosa viene de familia… 

Esa imagen de mi papá jugando voleibol conmigo en la escuela me hace dichoso. De hecho, fue uno de los pocos padres que se atrevió a hacerlo, y – me disculpo por la inmodestia – el único de ellos que sabía jugar realmente. Además, parecía que él era el entrenador y el árbitro, ¡ya que no paraba de dar instrucciones!     

Pero, la razón por la que ese recuerdo me es tan grato, es porque veo a mi papá junto a mí, feliz, jugando, riendo, compitiendo, y “luciéndose”; porque representa su marcada influencia en mi gusto por los deportes, con su propio interés por practicarlos, y con su paternal disposición a disfrutarlos conmigo y mis 2 hermanos. Era su manera de inculcarnos que tener “mente sana en cuerpo sano” es fundamental para vivir la vida en salud y plenitud. 

Ahora me toca a mí inculcárselo a mi hija, lo cual, en parte gracias a mi papá, es algo muy natural y en extremo placentero para mí. Ella no conoció a su abuelo deportista pero, su amor de padre, expresado en esos instantes deportivos, me acompaña en todo momento, sobre todo cuando estoy correteando o jugando pelota con su muy enérgica nieta de 5 años, a quien ya estoy enseñándole a jugar voleibol… Por supuesto.