Perdóname Flavio

abril 30, 2010

Una fría noche de febrero, encontraron el cuerpo sin vida del inmigrante brasilero, Flavio Sugawara, en una plaza de Nagoya, en el banco que fuera su cama – y su hogar – por mucho tiempo, hasta el día de su silenciosa muerte.

Nos enteramos de tan desoladora historia por esta reseña del semanario International Press:

«Brasilero homless es hallado muerto en una plaza de Nagoya»

Casi puedo ver a Flavio durante sus primeros años en Japón. Persiguiendo sus sueños, con el corazón rebosante de vida y de esperanza; anhelando un futuro próspero y feliz, como tantos otros inmigrantes, como todos nosotros.

Casi puedo verlo esforzándose y luchando día tras día por salir adelante, y por encontrarle un sentido a tanto sacrificio, como tantos otros inmigrantes, como todos nosotros.

 ¿Entonces, qué te pasó Flavio? ¿Dónde estaba la sociedad, dónde estaban tus amigos, dónde estábamos nosotros, primero cuando se entumeció tu ilusión, y después cuando se entumeció tu cuerpo?

 Aunque sé que ya es muy tarde para preguntarte, Flavio, ¿Qué angustias y sufrimientos ahogabas en el tramposo y mortífero alivio del alcohol? ¿Qué desventuras e injusticias te forzaron a abandonarte de esa manera? ¿Qué gritabas desesperado a nuestros oídos sordos y a nuestras almas insensibles?

Soy parte de esta sociedad mayormente egoísta y excluyente. Tengo parte de culpa por tu muerte, y por la de tantos «Flavios Sugawara » del mundo.  Perdóname Flavio. Y más me vale haber aprendido algo de tu injusto final, si quiero ser merecedor de esta vida más o menos llevadera que tengo.

Según estudios, la mitad de los indigentes llega a ese deprimente estado por causa de las drogas y el alcohol, otros directamente por traumas psicológicos  producto de abuso infantil, violencia doméstica  y comunitaria, discriminación y desprecio social, entre otras vergüenzas humanas.  Algunos, debido a conflictos familiares varios, o a problemas económicos y de salud , por ejemplo. Todo lo cual pone en evidencia la falta de apoyo, solidaridad y compasión de la sociedad a la que pertenecemos. Y más importante aun, demuestra que si no hacemos un gran esfuerzo individual y colectivo por aumentar la voluntad y la capacidad de ayudarnos los unos a los otros, en algún momento de nuestra incierta existencia también pudiéramos correr la triste suerte de Flavio el brasilero.

En su engañosa conformidad, los indigentes tienden a vivir en la más terrible soledad; son seres marginados, sin atención ni afecto. Muchos de ellos cayeron en la indigencia precisamente por sentirse rechazados y excluidos socialmente, y el precio que deben pagar por ello es aun peor: Son invisibles para nuestros ojos y nuestros corazones; no existen.

Esa desadaptación; esa total renuncia a la vida en sociedad es, en muchos casos, el resultado de una dignidad dura y largamente pisoteada.

La reinserción de los indigentes en la sociedad es una tarea ardua más no imposible. El mayor obstáculo no son las necesarias y grandes restructuraciones sociales, sino la urgente y difícil transformación de todos y cada uno de nosotros, integrantes de esa sociedad. Condición imprescindible para lograr una convivencia más armónica y justa, que reduzca significativamente las causas de tragedias humanas como la indigencia.

Flavio, no podemos permitir que te hayas ido en vano. Espero que tu oscura muerte sea luz que nos guíe, ayudándonos a crecer en el amor al prójimo, para ser capaces de tender la mano a otros muchos hermanos a los que también hemos abandonado a tan mísero destino.

Ángel Rafael La Rosa Milano,

Director-fundador  de SOL, Servicio y Orientación al Latino

«El sol brilla siempre dentro de ti» 


A %d blogueros les gusta esto: