Bachillerato y adolescencia

      La entrada al bachillerato es un hito importante en la vida de cualquier joven – y de toda la familia – ya que constituye un notable avance en sus estudios. Pero, además, porque ese acontecimiento académico coincide con un momento crucial en el devenir de su existencia: tiene unos 15 años de edad; es todo un adolescente en plena transición hacia la adultez.

 Esa fase juvenil es un verdadero torbellino; los jóvenes experimentan vertiginosa y simultáneamente muchos cambios, los cuales serán más o menos fluidos, más o menos difíciles, dependiendo de cuán preparados mental y espiritualmente lleguen a esa parada del camino.

 Todas las transformaciones profundas ocurridas durante el ciclo vital, incluida la de niño a adulto, implican ciertas “pérdidas”. Los quinceañeros teóricamente ya pueden valerse por sí mismos, así que dejan de ser tratados como niños, perdiendo con ello las prerrogativas intrínsecas a la niñez. Por otro lado, esa transformación en adultos también representa “ganancia”, el equivalente a alzar el vuelo en pos de la emocionante aventura de vivir. Cambios como éste, y las diversas posibilidades que encierran contribuyen a hacer de los 15 una edad verdaderamente especial.

 Hay amplio consenso en que en la adolescencia ocurren los cambios más determinantes de nuestra vida. Por ejemplo, comenzamos a formularnos preguntas serias sobre el origen nuestro y del universo. Y asoman los primeros dilemas existenciales, cuando empezamos a cuestionar todo, incluso a nosotros mismos.

 En esos años juveniles se avivan nuestros sentidos – físicos y metafísicos – y se agudiza nuestra curiosidad por el mundo circundante. Respondemos presurosos – aunque todavía inocentes – al urgente llamado de la sexualidad. Algunos incluso se inician en la experiencia amatoria a esa temprana edad.

¡Y el amor! Desde mucho antes, siendo niños, ya experimentamos ilusión y atracción, pero es alrededor de los 15 cuando suspiramos con el verdadero amor romántico, ese que nos hace soñar dormidos y despiertos; a las chicas con su príncipe azul y a los chicos con su virtuosa damisela.

 Los humanos somos seres gregarios. Así como precisamos el aire para vivir, precisamos comunicarnos con nuestros semejantes. Y justo en la adolescencia, sentimos la urgencia de expresar el caudal de sensaciones que nos invaden. Esto pone a los padres en una posición privilegiada para propiciar un mayor contacto con sus hijos adolescentes. Pero, si no están dadas las condiciones, entonces los jóvenes conseguirán otros medios de satisfacer esa necesidad vital de expresión. Tal vez en otras personas (no siempre las más idóneas); tal vez en experiencias diversas, algunas de las cuales pueden resultar muy destructivas, como las drogas y el alcohol, por ejemplo.

Algunos padres optan por no inmiscuirse mucho en los asuntos de sus hijos adolescentes para “no invadir sus privacidad”. Y porque “la naturaleza y la vida se encargan de enseñarles todo”. Ciertamente, lo último que quieren los muchachos son unos padres policías escudriñando con lupa todos sus asuntos. Pero, sí quieren padres amigos, dispuestos a escucharlos y a orientarlos, e incluso a hacerles preguntas, siempre que sea con cariño y respeto.

En lo concerniente a los estudios, es un deseo muy legítimo y natural de los padres que sus hijos adolescentes entren con buen pié al bachillerato, y obtengan buenas calificaciones. Y entendemos cabalmente que para los padres latinoamericanos en un país tan competitivo como este, el desempeño académico de los hijos sea prioritario. Sólo convendría recordar que en ese preciso momento de la vida, sus jóvenes mentes y corazones están procesando un sin fin de cosas más que también requieren atención. Y que mientras más equilibrada sea su adolescencia, más posibilidades tendrán los muchachos de rendir en los estudios.

Es verdad. Lidiar con esos jóvenes estudiantes que están próximos a convertirse en hombres y mujeres no es fácil. Pero si los padres se proponen remontar la cuesta comunicacional, descenderán a verdes praderas donde podrán sentarse a conversar con sus “hombrecitos” y “mujercitas” sobre tantas cosas; unas banales, como la moda – por decir algo – y otras muy serias, como los príncipes y las damiselas. Porque, al igual que las materias del bachillerato, el romance es una de tantas asignaturas de la vida, y todos los padres anhelamos para nuestros hijos un amor bonito, puro y sincero, es decir que lo pasen con “A”.

Ángel Rafael La Rosa Milano

«El sol brilla siempre dentro de ti»

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