Por qué me quedo en Japón

Japón entre cerezos

«Japón entre cerezos, por Ángel La Rosa

Estimados Soleros de Japón, Latinoamérica y el mundo entero,

El pasado 11 de marzo se cumplieron diez años del Gran Tsunami que arrasó la nororiental región de Tohoku en Japón. Hoy queremos rendir homenaje póstumo a las víctimas, y rendir tributo al gran pueblo nipón, que supo sobreponerse a esa desgracia con la perseverancia, la resiliencia y el valor que le son propios. Para ello quisiera compartir con Ustedes una antigua entrada, publicada en marzo de 2011, con motivo de la tragedia. 

Antes que nada, quiero expresar mis más sentidas condolencias a la nación nipona por esta inimaginable desgracia que hoy enluta a su pueblo.

Rezo a diario por el alma de los fallecidos y por sus familiares, y pido a Dios que me proporcione los medios necesarios para ayudarlos en la muy ardua tarea de reconstruir su gran país.

 En el caso específico del gravísimo accidente nuclear, tengo mis motivos para confiar en el gobierno japonés; en lo que sus autoridades informan a sus ciudadanos y a todos quienes vivimos en el archipiélago nipón.

En Japón las cosas funcionan como debe ser. Desde el sistema de recolección y reciclaje de basura, pasando por cualquier trámite público-administrativo, hasta los sistemas de transporte y salud, por nombrar sólo algunas áreas. La cotidianidad de los japoneses, así como la nuestra, transcurre entre la omnipresente eficiencia de sus instituciones públicas.

Respeto y entiendo perfectamente los muy humanos temores que albergan actualmente muchos  hermanos latinoamericanos y extranjeros en general radicados en Japón, especialmente en momentos tan trágicos. Para ellos toda nuestra comprensión y nuestro apoyo. Lo que no se puede tolerar es que alguien desmienta e incluso condene las informaciones gubernamentales – y aliente a otros a hacer lo mismo – sin más argumentos que la supuesta necesidad del gobierno nipón de ocultar la verdad a sus connacionales, para mantener la calma ciudadana; para evitar el pánico, a cualquier precio.

Dudar y temer es una cosa; criticar y atacar sin fundamentos es otra muy distinta.

Me pregunto, les pregunto a quienes temen – más que justificadamente – y sobre todo les pregunto a los agoreros de siempre, que se dedican a sembrar el pánico ya sea por ignorancia o por irresponsabilidad: ¿Es lógico pensar que un gobierno como el japonés esté dispuesto a dejar enfermar y hasta morir a miles o millones de compatriotas, sólo para mantener el orden; que prefiera perjudicar a tantos seres humanos, por varias generaciones, antes que preservar sus vidas, tan necesarias para la reconstrucción y tan valiosas para la preservación de la gran nación nipona?

Si en este instante la radiación es tan letal y está tan extendida por todo el país – como dicen algunos alarmistas – entonces ¿cómo se explica que todos los días recibimos reportes actualizados de personal de prensa (productores, coordinadores, camarógrafos, técnicos, periodistas) transmitiendo in situ desde áreas devastadas por el tsunami, y que se encuentran relativamente próximas al lugar del accidente nuclear; que veamos en esas imágenes cientos de personas, entre sobrevivientes, autoridades locales y rescatistas civiles y militares; que un grupo de más de 100 valientes especialistas aun permanecen en el sitio de los reactores, lidiando con la radiación; que el emperador, el primer ministro, el jefe del gabinete, y demás funcionarios y expertos permanezcan en Tokio, y aparezcan a diario ante las cámaras sin ninguna indumentaria anti-radiación? ¿Es que todos ellos saben que van a morir y simplemente se resignan a su trágico destino, sin contemplar siquiera la más mínima opción de salvarse? No lo creo. Toda esa gente está mucho más cerca que Ustedes y yo de las fuentes informativas; tienen más conocimiento de causa, y actúan en consecuencia.

Nada de lo dicho anteriormente garantiza que la situación no vaya a empeorar, es verdad. Desafortunadamente, es posible que empeore, llegando al punto de que tengamos que evacuar no sólo Tokio y otras grandes urbes del archipiélago, sino incluso el país. Es un escenario que, si bien es poco probable, pudiera presentarse. Hay que decirlo.

Pero aun en el indeseado supuesto caso de que la amenaza radiactiva aumente considerablemente, conduciendo a una evacuación parcial o total, confiamos plenamente en que el gobierno japonés tomará todas las medidas necesarias para informar e instruir oportuna y eficazmente a sus ciudadanos y a nosotros sus huéspedes, sobre cómo proceder de manera rápida, segura y ordenada en una emergencia tan descomunal, con el fin prioritario de proteger nuestras vidas.

Y tengo más razones para quedarme: En los casi 5 años que llevo en tierras niponas, junto a mi amada esposa japonesa y nuestra adorada hija, en general me he sentido a gusto. Es cierto que para mí – así como para un gran número de inmigrantes latinoamericanos y de otras latitudes – la cuestión laboral no ha sido fácil, especialmente tras la crisis financiera. Y en mi caso particular, el hecho de no hablar japonés ha sido un factor importante. Pero aun así, mi familia y yo tenemos la fortuna de vivir en un país que, si bien es de los más “caros” del mundo, es muy moderno, seguro y organizado, con servicios públicos de calidad inmejorable y beneficios sociales importantes. Un país donde, a pesar de que somos una famila sin grandes recursos, vivimos como ciudadanos de primera, disfrutando de incontables ventajas por las que tendría que pagar una fortuna en mi país de origen.

 Y mi motivo más importante: la gente. Lo que más me ha impresionado de Japón en estos 5 años no es ni sus robots, ni sus trenes, ni sus rascacielos, sino el elevadísimo sentido del bien común de sus habitantes. Para ilustrar esto, siempre cuento dos anécdotas que me sucedieron a los pocos días de llegar a Tokio. Un día que pasaba frente al estacionamiento de un centro comercial de mi localidad, me sorprendió ver al personal que controlaba el tránsito de vehículos y personas. Eran dos señores de avanzada edad, impecablemente uniformados y equipados con implementos de seguridad. Sus enérgicos y precisos gestos, acompañados de instrucciones en alta voz, se asemejaban a los del personal aeroportuario que guía a los aviones en tierra.

Pocos días después, mientras caminaba por una calle desolada de mi vecindario, me encontré con una cuadrilla de obreros que realizaba una reparación en la vía. Aparte de los hombres involucrados directamente en el trabajo, había por lo menos otros 4 guiando y protegiendo perfectamente a los transeúntes (en ese momento yo era el único, por cierto). Huelga decir que todos portaban cascos y demás adminículos de protección, como si se tratara de una evacuación masiva de emergencia.

Por no estar acostumbrado a ver tanta mística de trabajo y atención al público en situaciones similares, al principio ambas escenas me parecieron si se quiere exageradas, divertidas. Pero inmediatamente comprendí que eran muestras del proverbial sentido del bienestar colectivo japonés; se repiten a diario en todos los rincones de este cívico y laborioso país. Es el mismo sentido solidario y del deber social que les permite enfrentar esta horrible desgracia con serenidad y orden admirables, en función del bien integral de todos y cada uno de sus conciudadanos.

Esa innata preocupación de los japoneses por el bienestar grupal, me ha hecho sentir muy atendido y protegido aquí, lo que ha contribuido a su vez a mi rápida adaptación a la sociedad nipona. Y esa actitud de cooperación es de una ayuda invaluable en esta tragedia que estamos viviendo.

Por ese civismo sin parangón y otras virtudes como pueblo y nación, los respeto y los admiro tanto. Por ellos, me voy a quedar aquí (y por mi hija, mi esposa, mis suegros, mi cuñado y mis amigos, todos japoneses) ayudándolos en la reconstrucción de este gran país, como expresión de mi genuino aprecio y eterno agradecimiento.

Que Dios bendiga y proteja al pueblo japonés.

Ángel Rafael La Rosa Milano

«El sol brilla siempre dentro de ti» 

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