Pertenezco, honrosamente, a la gran legión de inmigrantes latinoamericanos que trabaja en Japón y, más específicamente, estoy entre los que han hecho literalmente de todo para ganarse el sustento (aunque en estos momentos trabajo principalmente como doméstico y niñero, de mi casa y de mi hija): Desde labores muy modestas y arduas como la de limpiador en un hotel, pasando por algunas artísticas y entretenidas como la de mariachi, hasta otras socialmente más “celebradas” como la de profesor de idiomas.
“Todo trabajo es digno”. Es verdad. Pero debo admitir, no sin vergüenza, que fue durante mi estadía en tierras niponas (llegué hace poco menos de 5 años), cuando comencé a despojarme realmente de ciertos prejuicios sobre realizar trabajos no acordes con mi formación académica y mi experiencia profesional. Y aunque la necesidad, fundamentalmente, es lo que me ha llevado a tomar empleos humildes, ha sido la propia vivencia laboral y el conocer a tantos hermanos latinos que se “rompen el lomo” bregando duro, lo que me ha hecho valorar y respetar aun más esas modestas ocupaciones.
Honestamente, considero que cualquier empleo dignifica. No importa si somos ejecutivos u obreros en una empresa, por poner un ejemplo. Podemos – y debemos – desempeñarnos honrosa y meritoriamente en cualquier cosa que hagamos, de acuerdo con nuestras humanas posibilidades y capacidades.
Pero este escrito está dedicado especialmente a aquellos paisanos, hombres y mujeres, que realizan las labores más modestas, en solidaridad y reconocimiento a su infatigable trajinar por salir adelante y levantar a sus familias. Durante su exigente experiencia laboral en suelo japonés enfrentan a diario innumerables retos. Muchos de ellos han dejado su amado terruño y se han separado de sus seres queridos, con la muy válida aspiración de prosperar en la vida. Y aun a sabiendas de que no será fácil; de que el sacrificio será enorme, se atreven a intentarlo, lo que refleja valentía, determinación, responsabilidad y espíritu emprendedor. Y por si esto fuera poco, a los inconvenientes que ellos encuentran en el duro sistema laboral japonés, hay que sumarle las dificultades de la adaptación cultural a un país como el nipón, tan distinto al propio.
En estos casi 5 años, he conocido a muchos coterráneos de Latinoamérica, cuyas vidas y experiencias laborales en el archipiélago nipón, en busca de prosperidad, constituyen verdaderas odiseas merecedoras de toda nuestra consideración. Conocemos a los que no han regresado a sus países en larguísimo tiempo; los que han debido separarse de sus cónyuges e hijos por varios años; los que han trabajado de noche, de forma ininterrumpida, por extensos períodos; los que tienen la imperiosa necesidad de trabajar simultáneamente los turnos diurno y nocturno; los que viven en la mayor austeridad por mandarle todo el sueldo a sus familias; los que se privan hasta de los más pequeños placeres para proveer a los suyos aquí en Japón…. Y así, conocemos a un gran número de hermanos quienes, con su ilimitada capacidad de lucha y sacrificio, representan muy dignamente a las gentes de América Latina, y nos hacen sentir a todos muy orgullosos de nuestros orígenes y nuestra cultura. No podemos sino admirarlos sinceramente.
Pero, ante los grandes desafíos, hay algo más que los distingue, revelando su verdadero carácter: un proverbial optimismo, sustentado en una fe y una esperanza inquebrantables, que les permite sobreponerse a las situaciones más adversas. La misma naturaleza optimista que los hace regocijarse con el deber cumplido y festejar sus triunfos; que los hace invencibles de mente y espíritu, para seguir batallando incansables, en pos de sus nobles sueños de felicidad.
Hermanos trabajadores, tanto esfuerzo no será en vano. La vida lo recompensará.
Ángel Rafael La Rosa Milano
«El sol brilla siempre dentro de ti»