Estimados Soleros,
¡Feliz y Próspero Año Nuevo!
Hoy, domingo 8 de enero de 2012, comienzo, entusiasmado, un nuevo proyecto editorial orientado a la educación de mi hija, y el cual espero poder mantener en el tiempo, mientras la vida me permita servirle de modesto guía. Esto con el fin último de que ella pueda ser una persona buena y feliz, más evolucionada que su padre, y capaz de contribuir con su granito de arena a la edificación de un mundo mejor.
Como introducción general de los escritos que conformarán este trabajo usaré – temporalmente – el mismo texto de mi escrito anterior, «Hijo, yo también cometí faltas», el cual, por cierto, será publicado igualmente por la revista latin-a, Dios mediante, en su edición de Febrero, en mi columna, Tu Sol.
Deseando, humildemente, que esta idea pueda ser de alguna utilidad a otros niños y a sus padres, los invito a leer (después del texto introductorio) el primer escrito, en forma de anécdota, y les agradezco de antemano su muy su amable atención.
Ángel Rafael La Rosa Milano
…………………………………………………………………………………………………………………………………………………….
Hija, yo me porté mal
Son muchos los cambios positivos que, en décadas recientes, se han producido en el modo de disciplinar a los hijos. Entre mi época infantil y mi actual fase de padre, percibo una diferencia importante, una evolución.
Salvo por las lamentables excepciones que confirman la regla, podemos decir que en la actualidad los padres infligen menos castigos físicos a sus hijos. Hoy en día, entre otros métodos correctivos, se usa la reprimenda verbal acompañada de una “negociación”, es decir, si el niño comete una falta se le priva de hacer algo que le agrade mucho, por poner un ejemplo.
Y no es que mis progenitores hayan sido unos agresores (a excepción de dos únicas sesiones de “correazos” leves que recibí yo, y una amenaza no cumplida a un hermano de ponerle una inyección, no recuerdo ningún otro castigo corporal), sino que ha habido un natural avance en cuanto al respeto de los derechos de los niños como seres humanos en situación de vulnerabilidad. Y de haber sido padre en el tiempo de mis padres, supongo que yo tal vez habría recurrido a los mismas acciones disciplinarias que hoy rechazo.
Pero nuestra responsabilidad y compromiso de padres son inmensos; nunca cesan. Tenemos que hacer un esfuerzo consciente y constante en mejorar, en bien de nuestros hijos y de toda la humanidad.
Ha sido suficientemente demostrado que “enseñar con el ejemplo” es el medio más efectivo de inculcar a los hijos valores humanos que les permitan convertirse en hombres y mujeres de bien. Huelga decir que comparto plenamente este enfoque, el cual, permítaseme decir, aplicaron mis padres conmigo y mis hermanos. Y aunque no fueron perfectos (mi esposa y yo tampoco lo somos con nuestra hija), creo que el resultado fue satisfactorio y beneficioso para nuestras vidas.
Pero considero que ese valioso principio de educar a los hijos a través de nuestra conducta ejemplar puede ser mejorado aun más. A veces, cuando regañamos a nuestros hijos por una falta cometida, asumimos, consciente o inconscientemente, una postura de superioridad moral (distinta a la necesaria autoridad) que, primero, no se ajusta a la realidad, porque aunque seamos padres correctos, a la largo de nuestra vida cometimos y cometeremos faltas, algunas graves, y nuestros hijos al ser más puros e inocentes nos superan moralmente. Segundo, cuando nuestros muchachos descubran que tal superioridad no existe y que, por el contrario, somos imperfectos, pudieran llegar a sentirse defraudados y resentidos con nosotros.
Ciertamente, recuerdo que siendo niño, algunas veces llegué a sentir cierta injusticia cuando se me llamaba la atención muy severamente, porque a pesar de aceptar mi responsabilidad, intuía que mis padres habían hecho cosas parecidas – o quizás peores – y sentía que eso debía hacerlos más humildes y comedidos con nosotros sus hijos al momento de reclamarnos algo e impartirnos disciplina.
Facilitémosle a nuestros hijos el proceso de entender que los padres, como humanos, somos imperfectos; hagámoslo de manera provechosa para todos. Si tenemos que reprenderlos, aprovechemos la oportunidad de explicarles que algunas vez cometimos errores similares, que trajeron consecuencias negativas. Digámosle, por ejemplo, que a esa edad nosotros a veces también nos portábamos mal; que cometíamos y todavía cometemos faltas; que no somos mejores que ellos; que somos iguales, pero que tenemos la obligación de hacerlos entender. Así, estaremos transmitiéndoles un mensaje muy valioso y conciliador, que ayudará a mantener un permanente clima de armonía en la relación padres-hijos, donde reinen el respeto y la confianza mutuos, aun durante esas situaciones tan indeseadas para unos y otros.
……………………………………………………………………………………………………………………………………………………
El destructor
Hija querida, ahora te contaré una de esas «cosas malas» o, más bien, diabluras, que hice a tu misma edad.
Cuando yo era pequeño, y tenía como 4 años (uno menos que tú), hice algo malo. Pero, fue mi mamá (tu abuela), quien me contó lo que pasó, por que yo no recuerdo.
Dice tu abuelita que un día me puse muy, muy bravo, porque ella y tu abuelito (mi papá) me castigaron por no hacer caso. Entonces, me puse a saltar sobre un bonito “Cuatro” de juguete que yo tenía y quería mucho (el cuatro es el instrumento de cuerdas de Venezuela), hasta que lo rompí todo, dejándolo convertido en puros pedacitos de madera.
Aunque no puedo acordarme de eso, guardo una foto de aquellos días, en la que estoy “tocando” el cuatro, con cara de angelito, muy sonriente.
A veces, cuando los niños se ponen tan pero tan bravos es porque sienten que los padres no los entienden o están siendo muy duros con ellos. Y como son pequeños y no saben decir muy bien lo que piensan (además, aunque no quieran tienen que hacer lo que digan papá y mamá), su forma de decirlo es llorando, gritando o también haciendo cosas bruscas.
Pero, tú sabes que los padres tienen que enseñar a sus hijos todo el tiempo. Algunas veces poniéndoles castigos que los hijos no siempre entienden y los hacen sentirse tristes o bravos.
Romper aquel bonito cuatro fue muy mala idea, porque me quedé sin mi juguete musical preferido, lo que me hizo sentir muy arrepentido y triste por varios días. Y mis padres, además del castigo por lo que había hecho antes, me pusieron otro más por romper algo tan importante y bueno para mí.
Pero lo importante, mi preciosa, es que sepas que, yo también, como tú y como todos los niños del mundo, me portaba mal de vez en cuando, y mis padres también me regañaban haciéndome sentir mal. Yo quisiera que tú, aunque tienes que aprender por ti misma, pudieras aprender también de mis muchos errores, para que tengas menos problemas cada día, y puedas estar feliz mucho tiempo seguido.
Dios te bendiga hoy y siempre, mi bellísima, y me ayude a ser un buen padre para ti.
Tu Papi