DERECHO INFANTIL A SER HETEROSEXUAL

El pasado domingo 1ro. de marzo, el ex alcalde y candidato gay, Pete Buttigieg, anunció su retiro de la contienda por la nominación demócrata estadounidense.

Al subir al podio para dar el discurso de despedida a sus seguidores, hizo algo inesperado y desconcertante para mí: se besó en la boca con su esposo, frente a la concurrencia y ¡frente al mundo!

Antes de que me acusen de pacato, homofóbico, alarmista, etc., debo dejar claro que, por el contrario, soy suficientemente tolerante con la sexualidad de los demás; afortunado y orgulloso amigo de personas de todas las tendencias. De hecho, mi mejor amiga es lesbiana y feliz esposa de otra mujer.

Lo que me perturbó de esa escena no fue el beso en sí. Aunque es cierto que, en mi condición heterosexual, no es algo que disfrute ver, a lo largo de mi vida he estado en diversas situaciones – especialmente junto a mis amistades gay – donde me ha tocado presenciar intercambios afectuosos leves entre hombres, y precisamente mi mente amplia hacia el particular me ha permitido entenderlo, respetarlo y aceptarlo.

Habiendo aclarado eso, mi problema con aquel beso es que al haber sido transmitido mediática y globalmente, entre la audiencia se cuenten millones de niños y adolescentes  – inclusive adultos – en todo el mundo que no entiendan lo que ven, al punto de llegar a sentirse confundidos y hasta consternados.

Tras seguir brevemente el desempeño de Buttigieg antes y durante las primarias demócratas, no me queda la menor duda de que es un buen tipo, un político confiable, una persona íntegra, quien, incluso al besarse con su esposo ante el mundo entero, alberga buenas intenciones.

Además, considerando que Buttigieg está casado legalmente en su país, y que el hecho ocurrió en un evento de compatriotas suyos (muchos de quienes lo admiran justamente por su condición homosexual), yo debería pensar «eso es asunto de ellos». Pero, no me resulta tan sencillo.

En un aspecto tan vital y delicado para la sociedad, como es la sexualidad humana, por encima de la buena intención y la promoción de posturas particulares – que se asumen a priori como correctas – hay que tener mucho raciocinio y sentido común, sobre todo cuando nuestras acciones son contempladas por niños, por ejemplo, o por personas que aun están muy lejos de alcanzar esos niveles tan «progresistas». Esa es la cuestión.

Es bien sabido que los humanos somos seres de contexto; desde que nacemos aprendemos observando e imitando, principalmente los comportamientos de nuestros progenitores, y en general de las personas a nuestro alrededor. Siendo así, podemos afirmar que, básicamente, somos lo que el entorno hace de nosotros.

En mi opinión, hasta que la naturaleza se encargue de revelar claramente lo contrario, los niños tienen el derecho humano e inalienable de ser tratados y educados como heterosexuales. Absolutamente nadie tiene la potestad de manipular, por el medio que sea, la heterosexualidad intrínseca de los infantes.

Para ponerlo más claro: si desde temprana edad, de manera natural, espontánea, un niño da muestras de poseer una condición sexual marcadamente diferente, habrá que criarlo tomando en cuenta su particularidad, en un clima de comprensión, tolerancia, respeto y apoyo. Pero, mientras un niño manifieste ser heterosexual, estamos obligados – como individuos y como sociedad – a respetar ese «mandato» de la naturaleza, la cual determinó que naciera varón, con su aparato reproductor masculino, o que naciera hembra, con su aparato reproductor femenino, en cuyo caso la única opción existente es garantizar que vivan plenamente su heterosexualidad, según las instrucciones de la Madre Tierra – o del universo, si prefieren – en la manera más saludable posible.

Incluso las parejas gays que fungen de padres adoptivos están obligados a garantizar la formación heterosexual de sus hijos. Sin embargo, todo indica que eso es casi imposible de lograrse, tomando en cuenta el fuerte y diario condicionamiento al que estarán sometidos esos niños.

En resumen. Si un niño crece viendo constantemente a su alrededor expresiones de amor romántico entre personas del mismo sexo, pudiera desarrollar – de manera condicionada, no espontánea – la noción de que eso es lo normal, lo que hay que hacer.
A veces, los adultos tenemos cuidado de expresar nuestro amor heterosexual con moderación, delante de los demás, especialmente los más pequeños (en algunas culturas más que otras). Con más razón deberíamos aumentar las precauciones si nuestra sexualidad es diferente, ¿no les parece?

Finalizo con una confesión. Consideraciones políticas aparte, admito que sentí un gran alivio cuando me enteré de que Peter Buttigieg había abandonado la carrera por la nominación demócrata estadounidense. Coincido totalmente con el parecer de un analista político norteamericano quien dijo que «Estados Unidos aun no está preparado para un presidente gay». La imagen para mi angustiante de un mandatario y su «primer caballero» besándose pública y reiteradamente, tendrá que esperar por un tiempo, afortunadamente.

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