ANÉCDOTAS DE MI PAPÁ: Impaciencia destructiva

Uno de los mejores regalos que me hicieran mis padres de niño fue un avioncito de motor a control de cuerda. Esa aeronave entra, fácilmente, en la lista de los 3 mejores juguetes que tuve.

No logro recordar si fue un deseo mío, o si fue idea de mis padres. Lo cierto es que aprovecharon el viaje de un tío materno a los Estados Unidos para encargárselo.

El día que el tío llegó a la casa con el muy esperado encargo se produjo un gran revuelo familiar.

Y no era para menos. Nunca habíamos visto un juguete parecido: muy moderno, de tecnología avanzada. Aquello nos pareció salido de una película de ciencia ficción.

Por fortuna, mi tío era ingeniero mecánico y, de paso, uno de esos «manitas» capaz de armar y desarmar cualquier cosa. Así que él mismo se encargó de ensamblar aquel sofisticado artefacto.  ¡Cómo agradecerle tanto!

Por fin, mi espectacular aeroplano estaba armado, listo para volar. Recuerdo bien que fue un día laboral, así que el tío nos pidió a mí y a mi papá que esperáramos hasta el fin de semana, para ir a volarlo juntos, y así poder ayudarnos con las instrucciones, que estaban en inglés y eran muy técnicas, como era de esperarse.

Pero mi papá tenía otros planes…

Lo venció la impaciencia. No pudo esperar hasta el fin de semana. Hoy entiendo que estaba incluso más entusiasmado que yo mismo. Afloró su «niño oculto», en toda su magnitud y, al siguiente día, mientras yo estaba en la escuela, se fue, de lo más contento, a volar «su» avión.

Cuando regresé de clases, mi súper avión, el juguete de mis sueños, estaba en un rincón de la sala, hecho pedazos.

Afortunadamente, no guardo recuerdos claros de mis emociones de aquellos años (creo que estaba en 6to. grado), ni de aquella situación en particular, pero imagino que debe haber sido una experiencia absolutamente desoladora para mí; algo triste para toda la famila, especialmente para mi papá.

En descargo de mi padre quisiera decir que, tal vez, él, en su afán de hacerme feliz, quizo tener más participación en aquella experiencia. Posiblemente sintió que mi tío ya había hecho bastante por nosotros, así que trató de aprender a volar el avión por su cuenta, para luego, ser él, mi padre, quien me enseñara.

En verdad, me es imposible recordar lo que sentí entonces. Pero no puedo culpar a mi padre por haber querido más protagonismo en procura de mi felicidad. Al contrario, se lo agradezco, hoy y siempre.

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