Supervivencia y adaptación cultural

(Este escrito mío fue originalmente publicado en mayo de 2010)

Sin importar quiénes somos ni de dónde venimos, todos compartimos necesidades e instintos humanos básicos. El instinto de supervivencia es uno de ellos. He aquí algunas de sus definiciones:

  1. “Reflejo animal que tenemos todos los seres vivos para proteger nuestro ser”.
  2. “Reacción natural ante el peligro”.
  3. “fuerza interior que te hace luchar por ti”.
  4. “Nos lleva a adaptarnos a diversas realidades, con el fin de suplir las necesidades básicas”.

Una variante del instinto de supervivencia animal es el instinto de superación del ser humano que, como su nombre lo indica, nos lleva a superarnos; a ser más eficientes en procura de nuestro bienestar individual y colectivo. En condiciones normales, esa humana necesidad de superación personal establece que, de alguna forma, compitamos a diario con las personas que nos rodean. Pero, cuando se manifiesta con mucha intensidad nos lleva a competir duramente por recursos, territorio y poder.

En su forma más primitiva o básica, esa condición natural nos dicta que somos mejores que los demás; que nuestros pensamientos, sentimientos y acciones son preponderantes. De hecho, es lógico que todos y cada uno de nosotros seamos simultáneamente el centro del universo, ya que lo percibimos individualmente a través de nuestros sentidos y nuestra mente. Esa condición individual se expresa también en los colectivos humanos, desde un grupo de amigos hasta un país.

Tanto el instinto de supervivencia como la necesidad de superación, tal como es de suponerse, también juegan un papel determinante en nuestro proceso de adaptación cultural. Se cuentan entren los factores que nos permiten hacer los ajustes necesarios para aclimatarnos en otros países y sus culturas. Ahora bien, cuando ambas condiciones se manifiestan en forma extrema, haciendo que nos comportemos recurrentemente de manera egoísta y agresiva, por el contrario entorpecen nuestro proceso adaptativo.

Podría pensarse que es normal comportarse a la defensiva cuando vivimos en el extranjero. Y hasta cierto punto lo es. Durante mis estadías más largas en distintos países, he podido constatar que criticar a los locales, por ejemplo, es una práctica común  – e inofensiva – entre los foráneos. Yo mismo he participado de esa dinámica, y entiendo que se trata de una especie de catarsis, de mecanismo de compensación puesto en práctica por los inmigrantes, que nos permite lidiar con la adaptación, generalmente compleja y en no pocos casos problemática.

Cuando criticamos a la cultura receptora – una comparación en la que los críticos siempre salimos airosos – estamos expresando nuestros sentimientos e ideas, y adicionalmente obtenemos comprensión y aceptación por parte de nuestros “iguales”. Esto de algún modo nos ayuda a sobrellevar la carga que implica el adaptarnos. En ese sentido, más allá de que la crítica sea objetiva o no, expresarnos criticando a los locales constituye una reacción humana, y muy terapéutica por cierto. Pero “todo en exceso es malo”, como diríamos en nuestros países latinos.

Una actitud demasiado crítica u hostil hacia la cultura receptora puede explicarse de varias maneras. Pudiera implicar que tenemos un problema latente de inconformidad con la vida, que nos hace quejarnos por todo permanentemente, lo cual de seguro empeorará nuestro de por sí trabajoso proceso de integración cultural. También pudiera ser el reflejo de una fase de adaptación extremadamente dura, traumática. En ambos casos convendría consultar a los especialistas para comprender debidamente las causas de nuestra constante insatisfacción o de nuestra gran dificultad para adaptarnos culturalmente.

El énfasis de este escrito sobre el hábito de criticar exageradamente a nuestros anfitriones, es porque más allá de que es un problema en sí mismo, con sus causas determinadas, pudiera traernos más y mayores inconvenientes en nuestra adaptación cultural y en nuestra vida, en general. Una actitud marcadamente negativa hacia la cultura receptora significa que sólo estamos percibiendo su “lado malo”, y que en conjunto prácticamente los vemos como enemigos a vencer. Esto, limitará seriamente – e incluso impedirá – nuestras posibilidades de interactuar con ellos en forma fluida y constructiva, y en consecuencia hará nuestra convivencia intercultural cada vez más cuesta arriba.

Además, es muy lógico que los nacionales reaccionen con igual desconfianza y hostilidad si de entrada perciben en nosotros esa actitud negativa. No hace falta explicar lo altamente beneficioso que sería para ambas partes si, por el contrario, mostramos una disposición positiva: Tolerante, comunicativa y cordial, considerando, por cierto, que ellos son los dueños de casa y nosotros sus invitados…

 Ángel Rafael La Rosa Milano

«El sol brilla siempre dentro de ti»

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