En los últimos 2 años de los 4 que llevo viviendo en Japón, he tenido oportunidad de asistir a las fiestas aniversarias del Perú celebradas en la plaza Kabukicho de Shinjuku. En ambas ocasiones estuve tan a gusto que me sentí realmente en familia.
Abundan las razones. Primero, la gente de Impacto Latino que, trabajando en equipo con colectivos y particulares de la dinámica comunidad peruana, se esmera en organizar un espectáculo de gran magnitud y atractivo, con buena música, sabrosos platos peruanos y otros servicios importantes, para disfrute de toda la ciudadanía.
En cuanto a la oferta musical propiamente, las enérgicas y bien acopladas bandas juveniles, por ejemplo, resultaron ser un espectáculo muy refrescante en aquella calurosa tarde tokiota. Aunque, pensándolo bien, algunas agrupaciones más bien elevaron la temperatura de algunos asistentes… Esos dedicados y talentosos jóvenes tienen todo nuestro respeto y admiración.
Por su parte, el grupo de danzas tradicionales hizo alarde de gracia y habilidad, cautivándonos con una primorosa Marinera que arrancó fuertes aplausos de todo el público, y gritos de ¡viva el Perú, carajo! de emocionados hermanos peruanos.
Tuve que retirarme temprano, por lo que sólo alcancé a disfrutar un par de canciones de “Los Fukunaga”, pero fue suficiente para confirmar que esos excelentes artistas siempre ponen a bailar a todos los presentes. Yo mismo aproveché uno de sus pegajosos temas para bailar apretadito con mi señora japonesa.
Queremos resaltar también la destacada labor de los animadores (incluido el muy divertido payaso para todas las edades) quienes con su prestancia y chispa latina le dieron mayor amenidad al evento.
Y lo que más me gusta de todo: el gran público, con su proverbial receptividad y entusiasmo. Entre ellos compartí con los amigos de siempre: peruanos, latinos en general, japoneses y de otras latitudes, compañeros de trabajo, músicos, gente de los medios impresos y audiovisuales. Éstos últimos, heroicos trabajadores que laboran sin descanso mientras los demás disfrutamos. Y también hice nuevas y valiosas amistades, por supuesto. Unos y otros me brindaron su agradable compañía y su calidez.
Envuelto en esa atmósfera de música, alegría y calor humano, abrazado a mi esposa y viendo a nuestra pequeña hija bailar feliz junto a los otros niños, di gracias a Dios, a la vida y a los hermanos peruanos por tan bonita fiesta, y por hacerme sentir como en mi casa.
¡Qué viva el Perú!